El viejo Santo Tomás, conocido en círculos tabernarios y futbolísticos por el doctor Angélico, interrumpió (o así lo cuentan) un banquete del rey San Luis IX con una exaltación de júbilo, dado que había encontrado la respuesta al maniqueísmo o, lo que es lo mismo, la refutación del mismo. De inmediato, cuentan las crónicas, el buen monarca (si sería bueno que llegó a santo) ordeno a un amanuense que escribiera lo que el buen "Tommy" tenía que comentarle.
Qué quieren que les diga. La anécdota es tan buena, tan genial, que seguro que es falsa. Además, no veo a Tomasillo, en pleno banquete, ensimismado en tan profundo pensamiento. A tenor de su estatura y su rebosante humanidad, en un banquete regio lo que haría el bueno de Tomás sería masticar a dos carrillos. Como un señor.
Pero el caso es que, fuera en un banquete o en viernes de Cuaresma, aquel hombre al que James Joyce calificó como la mente más preclara del siglo había dado con el punto flaco del maniqueísmo, una de las doctrinas, cuyo atractivo nunca he conseguido descifrar, pero algún encanto ha debido tener para encadenar a personajes tan lúdicos como Agustín de Hipona y brotar y rebrotar, una y otra vez, a lo largo de los siglos (me refiero a los siglos pasados, porque últimamente percibo que sólo interesan los siglos venideros, es decir, aquellos sobre cuyo devenir no tenemos ni la más remota idea).
Pues bien, con permiso de tomistas y metafísicos (permiso que ninguno de ambos colectivos en general suelen conceder a los profanos), lo que dijo el seráfico doctor Angélico fue algo parecido a esto (pero, en bonito, ¡eh!): El mal no es lo contrario del bien, sino la ausencia del bien. Por las mismas, la nada no es lo contrario de la existencia, sino la ausencia de existencia. Por lo mismo, el ateísmo no es lo contrario de la religión, sino la ausencia de fe. Para fastidiar más a los metafísicos rigurosos, lo diré así: una taza vacía no es lo contrario de un vaso de agua, es sólo un vaso que no tiene agua. Es decir, que no puede existir un Dios bueno y uno malo, porque el Dios malo no podría crear nada, dado que él mismo, despojado de todas sus virtudes, incluida la del Ser, sería simplemente la nada (expresión, asimismo, falsa: si es nada, no puede ser).
Y todo esto, ¿a qué viene? Pues viene a que el Gobierno del Reino Unido está preparando una reforma educativa en la que se impartirá agnosticismo y ateísmo entre los menores. El razonamiento es de lo más maniqueo: igual que existen padres creyentes que piden educación religiosa para sus hijos, existen padres con dudas de fe, o declaradamente ateos, que exigen educar a sus hijos en el ateísmo.
La Autoridad de Cualificación y Currículum, responsable de marcar las asignaturas en el Reino Unido, es a quien se le ha ocurrido tan maravillosa idea. Un poner, va el profe, allá por septiembre, e incoa lo siguiente en su asignatura:
- Queridos alumnos, la primera lección lleva por título: Dios no existe. Y como Dios no existe, pues, la verdad, es que no sé qué comentaros en la segunda lección. De hecho, para llenar de contenido esta nueva disciplina, lo único que se me ocurre es animaros a actuar en consecuencia, y dado que Dios no existe, que no sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos, que no estamos seguros de quiénes somos, y que, en resumen, sólo sabemos que somos un producto de alguna matemática ciega, propongo que nos suicidemos todos, lo que, sin duda, constituirá una muerte digna. A fin de cuentas, mejor eso ahora, en pleno vigor juvenil, que sufrir la decrepitud que acompaña el paso de los años. Estáis todos aprobados con sobresaliente 'cum laude'.
Y acto seguido, en mitad del aula, el profesor aprovecha para pegarse un tiro con toda dignidad.
Y todo porque Blair no ha leído a Santo Tomás. Ni tan siquiera a San Anselmo. Por lo menos, podía haber leído Hispanidad.com. Eso sí: estoy convencido de que no se suicida.
La verdad es que la tontuna británica se repite en todas las latitudes y en multitud de escenas. Debe ser que el hombre actual lleva grabado a fuego la imprescindible concurrencia de agentes económicos que operan en el mercado en condiciones de igualdad. El empeño por encontrar un contrario, sea en nombre de la equidad o de la libre competencia, lleva a organizar debates en los que se dedican cinco minutos a los nazis y cinco a los judíos, un minuto al asesino y otro a la víctima, una asignatura de religión y otra de ateísmo. Y el problema no es que el colegio produzca ateos, sino que nadie sabe cómo puñetas rellenar la redicha asignatura. Ni el mismísimo Santo Tomás podría.
Eulogio López