Primero fue la elección del 1 de noviembre como fecha escogida para las elecciones catalanas. No parece que un puente festivo vaya a beneficiar los intereses electorales del PSC. De hecho Montilla estaba barajando la posibilidad de convocar en una jornada laboral o incluso seguir el modelo italiano de dos jornadas (domingo y lunes) para incentivar la participación.
La segunda fue la propuesta de Maragall de que el PSC tuviera en el Congreso un grupo parlamentario propio como ya tiene en el Senado. Una forma de presionar a su federado PSOE y de destacar el peso político en la sede de soberanía nacional por excelencia. Y la última, ha sido la propuesta de organizar una Diada supernacionalista que no parece convenir a los intereses de Montilla que prefiere no exacerbar el espíritu nacionalista para tratar de despertar el voto charnego, tradicionalmente muy poco participativo.
Maragall se siente marginado y arrinconado políticamente. Él aspiraba a la reelección. Ahora pasará a formar parte de la nómina de ex presidentes, que como Felipe González señala, son como los jarrones chinos en los trujipisos: muy valiosos, pero muy incómodos. En lugar de trabajar por dejar un legado, dedica sus esfuerzos a colocar palos en las ruedas de su sucesor. Algo así como después de mí, el diluvio.