No se debe entrar en la vida privada de la gente pública, no señor. La teoría periodística duda sobre este punto, porque, como decían los norteamericanos cuando la becaria Lewinsky y el presidente Clinton, "a quien no sabe controlar la bragueta yo no le doy el botón nuclear". No obstante, en líneas generales, digamos que sí: que hay que respetar la intimidad de los mandamases, que también son humanos, aunque pongan tanto empeño en negarlo. Incluso hay que respetar la vida privada de quien paga por hacerla pública. Sí, incluso la de esos.

 

Ahora bien, lo anterior no es incompatible con el hecho de que a las personas no se les conoce por sus apariciones públicas sino por su acontecer privado. Especialmente a los hombres y mujeres públicos. Si usted, lector, no comprende el aparentemente errático comportamiento de una figura de la política, la economía o el deporte, no lo dude: le falta un dato de los llamados ‘privados', un componente de su vida personal que iluminaría toda su actuación en el foro.

Verbigracia. Días atrás, un diario publicaba los nuevos hombres, y mujeres, fuertes de don Mariano Rajoy, el renovador equipo del renovado líder popular. Salvaguardando su intimidad a ojos extraños, pues sólo los "iniciados" podrán identificar los nombres (y esos no importan, porque ya conocen los hechos), entre los cinco mencionados por el periódico figuraban los siguientes especímenes: un destacado alto cargo conocido por sus reiterados acosos sexuales a sus subordinadas, algo que no sé cómo no ha acabado en los tribunales. Por supuesto, lo hacía por liberar a las dichas subordinadas de prejuicios judeo-cristianos. Vaya, que eran unas estrechas por no atender a sus demandas de refocile.

Junto a esta joya, aparecía una de las diputadas peperas que realizó la defensa más encendida del divorcio express, o reforma del código civil cuando se tramitaba en las Cortes. Más: otra directiva del PP que provocó profunda emoción entre las feministas del partido –sí, las hay- cuando decidió tener un hijo sin colaboración de varón, es decir, con esperma de donante y fecundación ‘in vitro'.

Un cuarto, conocido por haberse autodefinido como "hombre de alma laica" -afortunadamente evitó lo de "librepensador", quizás porque aún no ha conseguido eliminar su sentido del ridículo- justo cuando el partido tramitaba, no un nuevo Concordato con El Vaticano, escenario en la que la expresión tendría su sentido, sino el homomonio de ZP.

Por último, figuraba otro personaje muy, muy liberal, que un segundo después de darte los buenos días se identifica como agnóstico –y eso sin que nadie le haya preguntado por ello- para añadir que la ley del aborto debe quedarse como está. Eso sí, es un partidario de las reformas económicas pendientes. Por ejemplo, que los trabajadores trabajen más por menos dinero. Los trabajadores, no los diputados.

El último ejemplar del nuevo equipo marianista es un veterano diputado que no se pierde una sola boda gay, ni una sola.

O sea, que don Mariano Rajoy se ha rodeado de centro- reformistas. A su derecha la pared, ciertamente, pero, eso sí, son abortistas, defensores de la homosexualidad, del divorcio express y arrearles tobas a los curas, además de agnósticos y capitalistas. Es decir que son progresistas.

Así que el único problema de Rajoy consiste en demostrar que su progresismo de derechas es mucho más progre que el progresismo de izquierdas de los zapateristas. Y en estos concurso de progresismo ocurre algo parecido a los concurso de tontos, que, a veces el más tonto llega el segundo.

No lo duden, Rajoy es el más progre del PP, pero nunca se olvida de la máxima de Marx (Groucho, no Carlos): "Estos son mis principios… pero si no le gustan tengo otros". Y la situación del equipo Rajoy sólo tiene un problema para su electorado, digamos natural: Nadie da lo que no tiene.

Eulogio López