Y es que no sólo lo admite: insisto, en la sociedad de la imagen lo que importa no es la verdad, sino el prestigio : si los medios repiten como papanatas que D. Woo ha realizado un gran invento, que existe un antes y un después en la historia de la medicina, no hay nada más que hablar: todo el mundo se lo tragará.
Incluso los que saben, porque esos son prisioneros de sus propios complejos, son prisioneros del mundo : no se atreven a decir que el emperador va desnudo, de la misma forma que los intelectuales y científicos alemanes no se atrevieron a denunciar a Hitler durante los años 30 del pasado siglo.
Todavía este fin de semana he tenido que escuchar a Isacio Siguero, presiente de la Organización Médica Colegial defender la objeción de conciencia de los médicos aunque los nuevo avances científicos y técnicos en medicina proporcionan un campo de enromes expectativas para investigadores y médicos. Avanzar en este terreno es fundamental para el bienestar y salud de los ciudadanos (aunque no de los embriones); sin embargo hay que ser tremendamente cuidadoso en sus aplicaciones prácticas. Al parecer, don Isacio se ha empapado de las técnicas sindicales, y se dedica a alabar como un papanatas la aberración coreana mientras, eso sí, pide que los médicos puedan ejercer la objeción. Bien estaría esto sin omitir aquello, porque si lo de Seúl es un formidable avance en beneficio de la humanidad: ¿Por qué iba un médico, encargado de contribuir al progreso, a negar su colaboración por razones de conciencia? Y lo de las aplicaciones prácticas de don Isacio aún resulta más cachondeable: es como si dijera: qué gran invento el de la bomba de hidrógeno, cuántas perspectivas abre para la humanidad pero hay que tener cuidado con sus aplicaciones prácticas.
Pero los hechos son tercos y las ideas aún más. Lo único que diferencia el fantástico logro de Woo es que Woo tiene menos escrúpulos que otros contemporáneos suyos. Woo no ha inventado nada: lo único que ha hecho es mezclar un óvulo con una célula cutánea de un paciente. En definitiva, Woo no ha resistido la tentación de fabricar embriones humanos para luego destruirlos. Ya se han obtenido embriones-cobaya, tanto por fecundación in vitro (¡Maldito sea el que inventó esta repugnante técnica, origen del reo de los males) como por transferencia nuclear, sea de la propia madre o del aspirante a paciente.
Es más, el debate entre células madre adultas (con las adultas no se mata a nadie, una investigación que la Iglesia aplaude) y células madre embrionarias es similar al que desde hace 40 años enfrenta la fisión y a la fusión nuclear. La fusión produciría una energía inagotable y no produciría residuos. Lo que ocurre es que es incontrolable. Por eso, no se producen fusiones controladas, porque ante el temor de un holocausto, nos conformamos con la fisión nuclear. El parangón se queda corto : porque con las células embrionarias ni se puede controlar el crecimiento, de hecho pueden provocar tumores, no son más potentes que las células madre adultas y encima nacen del troceo de una identidad genética, es decir, de una persona.
Para mí, que alguien debería reaccionar. Alguien más que George Bush. Para mí que los científicos deberían abandonar el viejo aforismo periodístico de que perro no come perro. Nadie se atreve con Woo, consagrado por los medios informativos y por políticos como la ministra de Sanidad española, Elena Salgado, quien en cuanto oye hablar de muerte se da por aludida y acude como las moscas a la miel. Todo son medias palabras y congratulaciones por el gran avance científico, aunque algunos, como César Nombela, se han encargando recordar que no ha habido avance alguno. Algún día, alguien puede reprocharles su silencio. Por ejemplo, como dice la canción, los hijos que no tuvimos, esos que se esconden en las cloacas. Aunque, eso sí, cloacas científicas.
Por cierto, quizás la Iglesia debiera aclarar la barbaridad de Woo : a ser posible, ayer.
Eulogio López