Una de las causas según los expertos de la crisis que vive nuestro país es que vivió por encima de sus posibilidades. La gente trabajadora, aprovechando sus sueldos altos y la bonanza, se puso a gastar más de lo que sus posibilidades le permitían, confiando en que las vacas gordas iban a continuar muchos años.
Sin embargo, ese periodo acabó y muchas personas, de la noche a la mañana, se encontraron sin trabajo, pero con las facturas del nuevo coche, de la primera y segunda casa y se empezó a resquebrajar todo. Como consecuencia de todo esto, muchas personas se comprometieron en su interior a que eso no volvería a suceder.
Pero esas buenas intenciones personales no se reflejan en las institucionales. Con la reforma de la Constitución se ha desatado la caja de Pandora -quizás se podría haber hecho lo que se pretende sin tener que modificar la Constitución y la Ley de Estabilidad Presupuestaria con el Gobierno de Aznar es un ejemplo-, y todos los grupos de la izquierda, sindicalistas, partidos regionalistas y el movimiento 15-M se han levantado en contra de la nueva norma.
Parece ser que no quieren un control del déficit ni de la deuda. Unos por temor a los recortes sociales -o de subvenciones- al intentar adelgazar los gastos; otros por temor a que la nueva norma sea un intento de quitar autonomía a las comunidades.
El hecho es que nadie quiere para sus partidos y grupos lo que parece normal en una familia. No se puede gastar más de lo que se tiene. Los sindicatos ya han anunciado movilizaciones para el 6 de septiembre en un intento por retomar la calle que les ha quitado el 15-M. Este movimiento se seguirá manifestando y reuniendo, con o sin permiso, durante esta semana y la próxima, Izquierda Unida y los partidos regionalistas y nacionalistas del Congreso ya han mostrado su rechazo a la reforma en el Congreso. Lo que resulta curioso es que el voto de 20 millones de españoles, que escogieron a quienes ahora emprenden esa reforma, parece que no cuentan.
Andrés Velázquez
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