Probablemente, España sea el país más europeísta de la Unión Europea, pero de un europeísmo tremendamente papanatas. Nuestra visión es la propia de los alemanes de la posguerra con el Plan Marshall. Quiero decir que la derrotada Germania de 1945 no salió adelante gracias al secretario de Estado norteamericano, George Marshall y su European Recovery Program (ERP), sino al esfuerzo de una generación que se dejó la piel para convertir toneladas de escombros en la segunda potencia industrial del Globo, sin duda la primera de Europa. Fue esa generación, en buena parte aún viva, quien forjó la riqueza de la Alemania del siglo XXI.
De la misma forma, y aunque la progresía española, siempre tan tontorrona, se empeñe en lo contrario, no han sido los fondos europeos los que han forjado el milagro económico español sino una generación, la de los jóvenes de la Transición, que han trabajado mucho, cobrado poco –salvo la porción de ciudadanos dedicados a la especulación y al pelotazo- y depositado todos sus ahorros en el sueño de comprar una casa. Los fondos europeos han ayudado a mejorar las infraestructuras, de la misma forma que el mercado español se ha convertido en un verdadero puntal para las exportaciones centroeuropeas y, además, los españoles, como todos los nuevos países miembros, han perdido soberanía monetaria, pagan muchos más impuestos y han sufrido la conocida "estafa del euro", por la que han pagado más impuestos y han visto cómo la inflación se disparaba y se cerraban fábricas y hectáreas de cultivo.
Pero la progresía sufre complejo de inferioridad y una cierta idiocia ante La Unión, por lo que ha homologado europeidad con modernidad y bofetadas con progreso. Para el español progre de izquierdas el adversario no es el competidor europeo, sino el español progre de derechas, y éste piensa exactamente lo mismo de aquel.
En el mundo empresarial, el asunto se dispara. Francia y Alemania, también Italia y Reino Unido, aunque en menor medida, se aprovechan del cainismo español: lo hicieron con Endesa, pretenden hacerlo con Iberdrola, lo hicieron con el BBVA, lo hacen con Sacyr… y ahora han utilizado a los presuntos árbitros bruselinos, en el caso de la sanción a Telefónica.
El mariachi franco-alemán que controla la Comisión Europea ha decidido golpear a Telefónica, precisamente la operadora que funciona, junto a las inglesas, en un esquema más liberal y de mercado, con una multa récord de 151 millones de euros por restringir la competencia en banda ancha. Y eso tras la demanda de Orange-France Telecom, una empresa que, como todas las multinacionales galas, vive del erario público francés, originaria de un país que simplemente impide la entrada de competidores extranjeros.
La UE la forman 27 países y más de 400 millones de habitantes, pero quienes mandan son dos gobiernos, el francés y el alemán, y los complejos industriales que les apoyan. El resto, pura comparsa.
La pregunta es: a una España cainita como la que tenemos, ¿le merece la pena permanecer en esta Unión Europea?
Eulogio López