La frase es muy buena, aún más la idea, por lo que sí, han acertado ustedes: no es mía, es de Chesterton. Tanto es así que muchas veces, Roma firma sentencia cuando ya nadie se acuerda del follón, incluido el hereje.
Lo mismo puede decirse de los videntes. La Iglesia se los toma tan en serio que tarda mucho en expresar un juicio sobre la validez de una revelación, es decir, para concluir si se trata de un santo o de un pirado. Y cuanto más santos y sabios parecen, más duramente les trata. Es lo suyo.
Al parecer considera que sólo el otro aguanta el fuego sin perder su esencia aunque pierda su forma. Pero una cosa es que la institución eclesial se tome su tiempo para concluir, aunque no pierda un minuto en reflexionar, y otra bien distinta es que los santos posean el don que tanto envidian los sabios: el olfato par distinguir el milagro del fraude.
La religiosa polaca Faustina Kowalska vivió 33 años y apenas acudió al colegio. Murió en 1938, y sus cinco años de visiones, resumidos en su Diario, probablemente la cumbre mística del siglo XX, los vivió en medio de una dolorosa enfermedad, siempre a camino entre el monasterio y los hospitales de Cracovia y otras ciudades polacas y lituanas, y cuenta en su haber con varios desahucios (vitales, no inmobiliarios). Como suele ocurrir con esos personajes tan lejanos y tan próximos que son los santos, Kowalska es libro vivo y su vida y su obra se confunden.
¿Y en qué consiste su obra? Sencillo: En plena eclosión histórica de la palabra justicia -individual, social y temperamental- Kowalska se adelanta a su tiempo y viene a contarnos -o Cristo viene a contarle a ella- que la justicia es insuficiente para una especie que es tan poca cosa como la humana y necesita misericordia, la misericordia de Dios, naturalmente. ¿Cómo se gana esa misericordia? Con confianza en Cristo, la virtud más difícil de todas. Toda la vida espiritual, es decir, sobrenatural, es decir, humana, es decir, social, es decir, cultural, es decir política, consiste en abandonarse en las manos de Dios.
Puedo asegurarles que la semianalfabeta Faustina lo explica mucho mejor que yo, quizás porque ejercía de secretaria, pero no creo equivocarme en la esencia de la cosa y considero irrefutable mi planteamiento por el hecho de que se lo he plagiado a la santa de Cracovia.
Y aquí es donde viene otra curiosidad de la Kowalska: sin medios, rechazada por muchos de sus próximos y, lo que más duele, por las propias autoridades eclesiásticas, que no le otorgarán el visto bueno definitivo hasta 1978. Pues bien, a pesar de todo esto, el pueblo se anticipa y la devoción a la Divina Misericordia se expande por los cinco continentes. De repente entras en una Iglesia y te encuentras la imagen de la Divina Misericordia, y aquel diputado te dice que ha sufrido una conversión paulina, sin preparación previa. Sí, algo está ocurriendo.
Pero Juan Pablo II no se conformó con canonizar a Faustina Kowalska, sino que atendió la petición de la santa: el primer domingo tras la Fiesta de la Resurrección, es decir, este domingo 19, el Papa Wojtyla creó la Fiesta de la Divina Misericordia, con indulgencia plenaria, sí plenaria, redención de culpa y de pena. Es decir, un segundo bautismo. No desaprovechen la oportunidad, nunca se sabe si será la última.
Eulogio López
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