Los lectores de los relatos de J. K. Rowling saben que la tercera entrega, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, es una de las mejores de la serie porque destila un gran derroche de imaginación. Así, además de la aparición de dos personajes fundamentales en la vida de Harry: Sirius Black y Remus Lupin, hay un sinfín de nuevos elementos o personajes (el autobús mágico, el hipogrifo, los dementores, la profesora Trelawney…). Pero hay un detalle diferenciador con respecto a las dos primeras entregas: Harry, y sus amigos Hermione y Ron, están creciendo, son ya adolescentes y esto les hace enfrentarse a las situaciones de una forma más madura.
En esta ocasión, para la traslación a la pantalla grande, Chris Columbus, el director de las dos primeras películas, ha sido el productor, y responsable, de elegir al mexicano Alfonso Cuarón (Y tu mama también) para estar detrás de la cámara. Entre los méritos de Cuarón pesó el tener en su filmografía una estupenda adaptación de un clásico:
Cuarón, en Harry Potter y el prisionero de Azkaban, se enfrentaba al reto de dar continuidad en imágenes a una de las sagas cinematográficas más famosas, iniciada por otro director. En esta nueva entrega era primordial buscar los actores adecuados que encarnar a dos de los personajes más famosos del relato: Sirius Black y el profesor Lupin, que han sido interpretados por Gary Oldman y David Thewlis. El resultado se ha saldado con buena nota, porque Harry Potter y el prisionero de Azkaban convence tanto en su desarrollo como en puesta en escena.
Mucho más oscura en su argumento que las dos películas anteriores, puesto que hay más malvados que Lord Voldemor, la película encandila a los pequeños. En ella, nuevamente, la amistad, la capacidad de sacrificio y el valor son temas recurrentes.
Si ustedes viven en Madrid o Barcelona tienen la oportunidad de verla en los cines IMAX, en pantalla de