Lo dijo Szajkowski, que no es un secretario de Defensa norteamericano sino un sindicalista, y poeta, de Solidaridad, la central obrera polaca que acabó con el comunismo desde unos astilleros perdidos (Gdansk) en una ciudad perdida de la Europa leninista. Allí se inició el derrumbamiento de una tiranía que parecía eterna y que había domeñado a la mitad de la humanidad.
Juan Pablo II, recién nombrado Papa, no perdió un minuto en apoyar una revuelta obrera, porque comprendió el calado que tenía. Solidaridad no pedía salchichas, sino libertad. Aquellos sindicalistas no hablaban de convenios ni de cláusulas de despido, porque estaban convencidos de que el hombre es hijo de Dios, no un mero instrumento de producción, y que su existencia no puede basarse en la mera contraprestación porque aspira a más: aspira a la entrega.
Por eso el pontífice entró en una batalla claramente económica y política, porque Juan Pablo II no era sino un personalista, es decir, un señor convencido de que hay que venerar la imagen de Dios que existe en cada hombre.
Y por eso, también las autoridades comunistas, las momias del estalinismo y el más joven general Jaruzelski perdieron la batalla porque creían que se trataba de una batalla económica y política, mientras Solidaridad y su jefe Lech Walesa, libraban una batalla por la dignidad el os hijos de Dios: no les bastaban las salchichas. Y un detalle: cuando consiguieron la libertad, Solidaridad se disolvió y sus líderes, que habían obtenido el poder, lo perdieron. Pero ya habían conseguido la libertad y la dignidad de los hijos de Dios: el poder tampoco importaba tanto.
Me acuerdo de Juan Pablo II y Solidaridad, cuando lo sindicatos españoles, que se parecen muy poco a Solidaridad, han escogido como lema para el próximo 1 de mayo, fiesta de los trabajadores, el Más empleo estable y mejor protección social. Es decir, que los sindicatos españoles continúan en las mismas. Por supuesto, no pueden comprender aquellas palabras de Juan Pablo II cuando afirmaba que el trabajo no es un factor más de la producción, por la sencilla razón de que es un factor humano. No, es que además, CCOO y UGT no piden salarios dignos, entre otras cosa para que los jóvenes pueden formar una familia. No, lo que piden son subvenciones públicas, que sin duda deben existir y cumplen su papel, pero el ideal es que las tales subvenciones no fueran necesarias. Y no lo serían si la sociedad fuera capaz de dar trabajo y de pagar salarios que permitan formar una familia digna. Además, los sindicaos siempre olvidan que las subvenciones para los parados las pagan... los trabajadores. En cuanto al empleo estable, ¿por qué habrían de proporcionarlo los empresarios?
Y también me acuerdo del muy gráfico poeta de las salchichas cuando leo el debate existente en Alemania, donde no existe salario mínimo. Ahora son muchas las voces que claman contra la instauración de un salario mínimo, el quicio de la justicia social en del siglo XXI, donde los pobres son cada vez más pobres y las multinacionales cada vez más poderosas porque los países compiten a costa de salarios de miseria. En Alemania (donde se cobra de media un 60% más que en España) hay más de 5 millones de parados, un 12,5% de la población activa. Y son los trabajadores alemanes quienes exigen un salario mínimo, no porque pretendan elevarse los salarios (saben que no es posible) sino para cerrar el paso a los trabajadores extranjeros. Porque esta es la cosa. En Alemania, sólo el sector constructor ha marcado un salario mínimo interprofesional oficial, cifrado en 12,5 euros por hora. Sin embargo, todo el mundo sabe que los inmigrantes extranjeros están dispuestos a trabajar más por la tercera parte.
En otras palabras, la solución no está en la globalización de abrir las fronteras para permitir que las empresas exploten a los inmigrantes necesitados, ni tampoco en que los países pobres acojan el maná de las inversiones extranjeras sólo porque la empresa que llega lo hace pensando en que va a poder pagar la décima parte de lo que paga en el país de origen. Para esa globalización, que vuelva el proteccionismo mercantil.
Al fondo, queda lo de la solidaridad. Si el hombre es hijo de Dios, es sagrado, por lo tanto no se debe hacer todo lo que se puede hacer. Sí, hacen bien los alemanes en imponer un salario mínimo que preserve de la explotación, pero la filosofía de la que hay que partir no es la alemana, sino la de Solidaridad, la que no se conforma con que le llenen la boca de salchichas: quiere tener libertad para decir algo por esa boca: las salchichas vienen por añadidura.
Esta era la teología social de Juan Pablo II, al lado del cual CCOO y UGT no son más que dos asociaciones de funcionarios, amigos de las subvenciones, que todavía no han caído en la cuenta de que las subvenciones públicas benefician a los pobres pero, sobre todo, benefician a los ricos, al perpetuar un sistema en el que el hombre no es sino un instrumento más de la producción.
Eulogio López