La profunda crisis económica que atraviesa la sociedad española provoca sentimientos y reacciones encontradas.
Hay españoles dispuestos arrimar el hombro y asumir sus deberes ciudadanos; los hay que, por miedo o indiferencia, asisten impasibles; hay españoles resignados y otros que están indignados; y entre todos ellos hay un número indeterminado dispuesto a la movilización callejera, incluso violenta, contra cualquier iniciativa que se adopte para hacer frente a la crisis.
Se trata de grupos antisistema y radicales que consideran que la crisis sólo puede vencerse destruyendo las instituciones que forman el sistema político y económico en el que vivimos.
Buena parte de quienes lideran estos movimientos rehúyen sus responsabilidades ciudadanas y optan por un mundo imaginario. Guste o no, el fatalismo se ha adueñado de estos grupos autodenominados de izquierda con el riesgo de que esta actitud acabe calando en los sectores social y económicamente más desfavorecidos de la sociedad española.
J. Martínez