Europa se despabila aún de las impactantes palabras de Giscard dEstaing, el que fuera presidente de Francia con los liberales-centristas y padre de la Constitución Europea. Chirac amenazó y suplicó a los franceses un sí a la Constitución pero no se atrevió a tanto : para Giscard, si los franceses dicen no el domingo 29, tendrán que votar otra vez el mismo texto, se supone que hasta que digan sí. Las declaraciones de Giscard a la televisión francesa La Chaîne Info (LCI) no dan pábulo a equívocas o malas interpretaciones. Giscard afirma que aunque se produzca un no francés, el proceso de ratificaciones evidentemente continuará en la Unión Europea, porque pararlo sería injurioso para los otros países Es un asunto de 25 países, no un asunto francés
Por si no había quedado claro, dEstaing recalcó que todos los países que digan no a la constitución, a su constitución, deberán volver a votar.
Según Giscard, no habrá voluntad política para voler a empezar el trabajo. En otras palabras, no admite una nueva Constitución ni un nuevo texto mejorado : ha de ser el suyo.
Recordemos que tras la consulta francesa viene la holandesa, donde las encuestas aún auguran mejores resultados a quienes se oponen a la Constitución Europea. Es igual; las palabras de Giscard, grado 33 de la francmasonería, casi sonrojan, en el sentido de que ratifican el déficit democrático sobre el que se está construyendo Europa. Lo peor es que en Bruselas se extiende el mismo rumor desde hace tiempo : se vote lo que se vote, ha de ser sí. Se habla de que no hay plan B, aunque nadie se ha atrevido a ser tan abiertamente antidemocrático como Gisard. Otrosí, surge la curiosa teoría, cuyo origen nadie reconoce, de que sólo se replanteará un cambio Constitucional, un volver a menear el proceso, en el caso de que sean cinco los países que digan no.
Pero la prueba de déficit democrático más grande sería que la ratificación en países que no han sometido el reto constitucional a referéndum, fuera superior a los que sí lo han hecho. En ese caso, habría que hablar de una Europa aristocrática, formada por las instituciones de Bruselas y por la clase política de los 25 países miembros, interesadas en dotarse del mayor número posible de cargos públicos. Enfrente estarían los ciudadanos, que no sienten el menor entusiasmo ni por esta constitución ni y esto es lo más grave- por el propio proceso de unidad europea.
La confusión en Europa es máxima, especialmente en el ámbito económico. Las últimas encuestas (Le Monde proporcionaba al no un 54%) provocan disparates como los del padre de la Constitución. Todo está pendiente del resultado del domingo, y nunca un pueblo ha sido tan presionado como el francés para que apruebe un tratado Constitucional por las buenas o por las malas.
Por cierto, una de las argumentos más importantes para el no ha radicado en el visto bueno inicial de Bruselas a la integración de Turquía en la UE.