El descontento de gran parte del profesorado de los centros públicos tiene causas más profundas que el pasar de 18 a 20 horas lectivasEn muchos casos, al llegar al aula se encuentran con unos chicos que muestran muy poco interés por la materia y ponen a prueba la paciencia del profesor a base de groserías, faltas de respeto o incluso vejaciones. Los padres se desvinculan del problema, cuando no tercian a favor del alumno, con lo que el docente se encuentra entre la espada y la pared.
Esta situación de tensión constante explica en cierta manera la reticencia a aumentar el número de horas lectivas. Algunas leyes que confieren más autoridad al profesor pretenden atajar precisamente este tipo de situaciones. Pero la indisciplina no es el único motivo de frustración entre el profesorado de la escuela pública. Otro es el sistema de promoción: más que premiar el esfuerzo pedagógico, la promoción depende de la cantidad de años en el mismo centro o como funcionario. El que está en una posición ventajosa según estos criterios, además de mayor retribución económica, tiene preferencia para escoger horario y centro. Es fácil entender la poca motivación de los recién llegados a la "sala de espera" de los centros educativos.
Más que un problema de cantidad, en el fondo se trata de la calidad de las clases y del entorno educativo. Seguramente, si estos dos factores cambiaran, la propuesta de aumentar las horas lectivas no se hubiera encontrado con una oposición tan fuerte. Lo siguiente que procede preguntarse es ¿quién puede acometer estos cambios?
En el caso de la actitud de los alumnos, probablemente los padres son los primeros responsables. La reforma del sistema de promoción incumbe a los políticos, que deberían escuchar primero el parecer de los representantes de la comunidad docente, que no son solo los sindicados. Aunque habría que ver cuántos profesores estarían dispuestos a que aumentara la competitividad de la plantilla.
José Morales