En principio, podría sorprender que la última encuesta electoral, publicada por el diario La Vanguardia el pasado domingo 15, resultaba catastrófica para los intereses de Mariano Rajoy y el Partido Popular, por una horquilla que, en su punto más extremo, presagiaba que el PP podía perder hasta 19 diputados el 14 de marzo, mientas auguraba al PSOE una subida no registrada en ningún otro estudio de opinión. Y esto en vísperas de hacerse oficiales las listas de candidatos, y apenas una semana antes de que comience la campaña electoral.

Sin embargo, la impresión en la sede del partido gobernante, en la madrileña calle Génova, era muy distinta. Es más, el partido de Aznar y Rajoy terminaba su Convención del pasado fin de semana en Madrid plenamente convencido de que encuestas tan negativas como esa eran las que convenían en el momento presente, afín de que sus electorales no se desmovilicen. Una fuente procedente del partido, aunque en la actualidad muy crítica, lo explicaba así: "El anuncio de Zapatero de que no gobernará si no supera en votos a Rajoy, no es un error, sino una de sus escasas muestras de inteligencia. Él sabe que no puede ganar, que Maragall le ha robado las elecciones. Su objetivo es que el Partido Popular no gane por goleada. De esta forma, poniéndose el listón tan alto ha conseguido que ni uno solo de sus posibles votantes se quede en casa o vote a otra opción de izquierdas. No. No es una tontería". 

Así que dejando a un lado la polémica sobre si detrás de la encuesta de La Vanguardia se encuentra Julián Santamaría, antiguo asesor del presidente socialista Felipe González, lo cierto es que la estrategia del Partido Popular sigue siendo la misma: el miedo a los rojos. Se trata de un pánico irracional que aleteara en buena parte de la población española. Y que en el año 2000 no sólo otorgó la victoria al PP, sino que le concedió la mayoría absoluta.

Tanto José María Aznar como Mariano Rajoy alientan con gusto este "miedo a los rojos". Sus asesores insisten en que hay que inocular en el electorado de que Zapatero pactará con cualquier fuerza de izquierda, separatista, nacionalista o regionalista; que el único valedor de la unidad de España es el Partido Popular y que, por tanto, todo lo que no sea mayoría absoluta significa poco menos que la aniquilación de España. Esa idea opera sobre un alto porcentaje de españoles como un auténtico Síndrome de Estocolmo y permite al Partido Popular mantener una especie de secuestro de la mayoría.

A ello contribuyen con entusiasmo algunos medios informativos críticos con el Partido Popular. Por ejemplo, la obsesión casi patológica del grupo Prisa-Sogecable con José María Aznar no tiene parangón en toda la Transición democrática. Algo similar puede decirse con Telecinco, a pesar de ser propiedad del presunto amigo de Aznar, el italiano Silvio Berlusconi (por cierto, muy comentado el enfrentamiento entre el yerno de Aznar, Alejandro Agag, íntimo de Berlusconi, y Mariano Rajoy, que cortó de raíz las pretensiones de Agag de influir en la elaboración de las listas electorales y en la campaña del PP). En cualquier caso, si la utilización del patriotismo español por parte de Aznar les dio a los independentistas de ERC 500.000 votos en Cataluña, El País, la Ser, Canal y Telecinco, podría otorgarle la mayoría absoluta a Mariano Rajoy

En estas circunstancias, cualquiera diría que la actitud de Rodríguez Zapatero debería estar clara: buscar el voto de la izquierda clásica y de los jóvenes que aún creen en la justicia social y despreciar el vaporoso voto centrista, un voto que todavía nadie ha conseguido definir. En este sentido, algo de razón tiene el comunista Gaspar Llamazares cuando le recuerda a Zapatero que al PP no se le gana mediante técnicas de marketing.

Sin embargo, Zapatero sigue perdido en sus propios tópicos. Para él, el voto de izquierda es el voto progre, concretado en su frase "Más deporte y menos religión en las escuelas". De esta forma, Zapatero aleja de sí, como si estuviera apestado, a una parte del electorado que está dispuesta a votar según una serie de condiciones y de valores. Su actitud progre entrega al PP miles de votos descontentos con los complejos ideológicos de Aznar, pero aún más preocupados con los delirios progresistas del PSOE. Es el progre, no el rojo (¿queda alguno?), el que permite que siga pululando en el electorado español el miedo al rojo. Y Rajoy y Aznar utilizan interesadamente este miedo para conseguir la mayoría absoluta. 

Es más, de tal modo es Zapatero prisionero de los tópicos progres que se repite la imagen de un líder político controlado por un aparato del partido que ni por ideología ni por generación tendrían mucho que ver con él.

Y mientras Rajoy utiliza descaradamente el patriotismo y mantiene cautivos a quienes no sólo están dispuestos a votar no sólo con la cartera, sino también con el corazón (y hasta con el cerebro), Zapatero busca un electorado donde no lo hay. 

Por lo demás, el sistema sigue favoreciendo a las dos grandes fuerzas mayoritarias. De tal modo, que las dos ideologías emergentes, aunque muy minoritarias, las dos ideologías de futuro, aún permanecen dormidas en España. Esas dos ideologías son el ecologismo y la nuevas fuerzas fuerzas políticas que defienden valores como la familia o la vida. Ni el PSOE responde al ideal de los verdes, ni el PP al de quien defiende una serie de valores humanísticos y cristianos. Porque algo está claro, si alguna vez el PSOE, prototipo de la izquierda española, abandonara sus tópicos proges, y empezara a respetar a la familia, al tiempo que mantenía su respeto al movimiento verde, ese día la derrota del PP estaría asegurada. Mientras tanto, España seguirá secuestrada por el PP y su espantajo favorito: el miedo al rojo, o el miedo al separatismo, que, en la estrategia popular, son una y la misma cosa.