En Entre Copas, Alexander Payne (A propósito de Schmidt) vuelve a abordar una película de personajes donde lo importante no es tanto la narración de acontecimientos sino la descripción de caracteres. Los protagonistas, en esta ocasión, son Miles y Jack,  dos amigos muy diferentes que, una semana antes de la boda del segundo,  deciden realizar juntos un viaje por carretera con el objetivo de relajarse. Pero ambos  conciben el descanso de  manera diferente. Mientras Miles, un escritor frustrado casi alcohólico que no ha superado su divorcio, quiere dedicarse a jugar al golf y a su afición favorita: degustar vino; Jack es un cabeza hueca, mucho cuerpo y poco cerebro,  que sólo pretende lanzar una cana al aire (en el terreno sexual) y aprovecharse de los últimos momentos que le quedan de su soltería. El encuentro fortuito con dos mujeres cambiará, en parte, su futuro inmediato.

 

Alexander Payne tiene el acierto de saber mostrar, con pocos trazos, la personalidad de los cuatro personajes fundamentales de la trama y de utilizar, inteligentemente, la enología como metáfora sobre la calidad de  la existencia, pero todo el argumento destila amargura.

 

Es decir, Entre copas es una de las películas que suelen triunfar en la sociedad actual o, al menos, entre la crítica (en EEUU ha arrasado). De hecho, es una de películas favoritas a los Oscar de este año con cinco nominaciones.