Según la jocosa progresía española, el venezolano Hugo Chávez sería un dictador admisible porque, si bien es cierto, que mantiene formas dictatoriales, el chico es salvable para la democracia.

El País, por ejemplo, nos informaba el lunes de que ahora Chávez va a por la propiedad privada. Leyendo el propio reportaje uno percibe que, en efecto, va a por la propiedad privada y, ya de paso, a erradicar el menor asomo de libertad, a decretar la asfixia, no de cualquier grupo opositor, sino de cualquier individuo que ose oponérsele. Al final, lo del caudillo bolivariano resultan tan flagrante que ni la progresía puede permitir que le apoyen y El País recula, no vaya a ser que las hemerotecas le den un susto en el futuro.

Ahora bien, ¿cómo empezó la deriva totalitaria del bueno de Chávez. Pues desde la democracia, desde luego. Aún recuerdo al presidente de Indra, Javier Monzón, que me enfatizaba, con grandes alardes, que Chávez había ganado unas elecciones democráticas. Empezó como empiezan los dictadores de hoy distintos a los de ayer: sin renunciar a elecciones libres, pero aprovechando cada elección para dar un paso más hacia la dictadura envuelta en celofán de democracia y con una tendencia muy clara: dictar normas que le perpetúen en el poder. Advertía el domingo que la clave de la democracia actual es precisamente esa: al dictador de mañana se le conoce por su llegada al poder por métodos democráticos, a lo Hitler, para inmediatamente después intentar controlar los poderes económicos, mediáticos, militares, etc... y perpetuarse en el trono.

Como muestra, un botón; todos los que apoyan a Zelaya siguen o han seguido ese camino: Chávez, Morales, Correa y Ortega a la cabeza. Los Kirchner tratan de perpetuarse en el poder cerrando una dinastía, al igual que hicieron los Clinton en Estados Unidos. Conclusión desconfíen de todos aquellos regímenes o gobernantes que se niegan a poner límite temporal a su gobernaduría. Desconfíen, por ejemplo, de Zapatero.

No, es vital que Roberto Micheletti no ceda ante las presiones de un Occidente embobecido y de unos tiranos populistas hispanoamericanos. Pero aún es más preciso que se mantenga la actual limitación temporal par el presidente de la nación. Mientras esa norma no se toque, la libertad estará a salvo.

Eulogio López

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