El 7 de octubre, Festividad de Nuestra Señora del Rosario, se conmemora la Batalla de Lepanto (1571), donde don Juan Austria acabó con el poder naval, pirata y esclavista, turco.

Cualquier otro país se mostraría orgulloso de la hazaña, ejecutada, además, por un modelo de caballero cristiano (lo bueno que tiene el cristianismo es que no repara en el origen de las personas, como este modelo de soldado cristiano no dejaba de ser un bastardo). Allí combatió otro ejemplo, esta vez de escritor cristiano, un tal Miguel de Cervantes.

Pero esta es la España de la Alianza de Civilizaciones, la España cobardona que se asusta ante el Islam. El país que detuvo a los mahometanos en los dos extremos del Mediterráneo, reescribe ahora su historia para no irritar a quien desea, antes que nada, un motivo para quejarse.

El moro es taimado, recuerda Cervantes, y nadie mejor que él sabía dónde podían llegar, ayer y hoy, una religión que no es sino una caricatura externa del cristianismo.

Don Juan de Austria fue además, un devoto sincero de María. No podía ser de otra forma los varones más valientes son los que, dentro de la ascética cristiana, han sentido un mayor más recio, más viril, más sincero, por la madre de Cristo. No conozco ningún santo, y hay que ser muy fuerte para ser santo, que no haya sido aficionado al rosario, que es el instrumento más identificativo del club al que pertenecemos los católicos. Cuando el vehemente Hilaire Belloc, el primer diputado católico en el parlamento británico, tras cuatro siglos de ausencia forzada, dio su primer mitin público ante una audiencia anglicana, la más remisa a la devoción a la Virgen, comenzó enseñando el rosario que llevaba en el bolsillo y advirtió: Todos los días paso las cuentas de este rosario. Si ese es un motivo para que ustedes me retiren su apoyo, no lo duden: no me voten. Recibió un gran aplauso.

El rosario es una oración esperanzada para tiempos desesperanzados, arma poderosa cuya propia estructura recuerda la afirmación primera de Benedicto XVI sobre la ascética cristiana: La liturgia no es innovación, es repetición solemne.

Eulogio López

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