Al igual que hay niños que creen en Papa Noel, hay trabajadores que creen que los políticos velan por sus intereses
Nos contaban los economistas de principios del pasado siglo, que gracias a los avances de la técnica industrial y la rapidez de los procesos de producción, nos iban a proporcionar todos los recursos necesarios para disfrutar de una vida digna. Las maquinas irían sustituyendo a los hombres en sus trabajos y así dispondrían de tiempo para el ocio. El duro trabajo asalariado dejaría de ser una carga para el obrero. La mujer y el hombre dejarían de ser esclavos de sus trabajos, pudiendo transformar su tiempo libre en algo creativo, para sí mismo y para los demás.
Esto, lejos de ser una realidad hoy, es un proyecto que esta en el futuro (siempre en el futuro, como el paraíso). El trabajo de hoy es más competitivo que nunca, siempre hay que estar haciendo cursillos de reciclaje, que a los pocos meses no sirven para nada. Oficios que ha costado toda una vida aprender, desaparecen de la noche a la mañana. El paro se vive como una amenaza en ciernes para todos aquellos que trabajan. Y para los millones de ciudadanos que están en el paro, lo viven como marginados culpables de algún atroz delito.
La frustración de no encontrar empleo, provoca depresión que en buen número termina en suicidio. Y aun viendo esto, siguen pariendo para que sus hijos les sigan los pasos. Ya no se establecen vínculos afectivos entre los trabajadores porque no terminas de decir buenos días y ya te ha terminado el contrato, te trasladan o ha quebrado la empresa. Los políticos, por su parte, víctimas de la propia competitividad, en lugar de tratar el fin del trabajo como un gran logro social para la ciudadanía e ir reduciendo horarios laborales, lo tratan como si fuera una maldición o enfermedad que hay que eliminar a toda costa. En la historia de la política, difícilmente se ha visto una muestra de estupidez tan elevada entre la clase gobernante. Si será grave la situación, que incluso ponen a trabajar a ciegos y toda clase de discapacitados físicos y psíquicos para que se sumen a la carrera estúpida del trabajo competitivo. Estúpida, porque es una competición que no lleva a ninguna meta, si no, a competir más, más y mas... para no llegar a ningún sitio. Y como no llegas a ningún sitio, los prohombres de la política, la empresa y la banca, víctimas de un crónico síndrome de abstinencia de éxito inmediato, delirando en un baile cifras, gráficos, índices de crecimiento, IPC lanzan sus arengas flamígeras sobre los ciudadanos: hemos de crecer mas, el desarrollo del país no se puede parar, no nos podemos quedar descolgados de Europa, tenemos que ser más competitivos en los mercados internacionales bla, bla, bla.
Es el camino de la explotación infinita: por mucho que la masa trabajadora multiplique la producción, y como consecuencia el beneficio o plusvalía, ésta no retorna multiplicada en bienestar para el pueblo, sino multiplicada en las cuentas de los inversores y especuladores del mercado financiero mundial, auténticos patriotas de los paraísos fiscales, gracias a la ingeniería financiera ya cuentan en su haber, alrededor de 12 trillones de euros. Y esto lo consentimos, con la acción de depositar nuestro voto en una urna.
Se puede sobornar a cualquier partido político, pero no se puede sobornar a todo un pueblo. No seamos ilusos, no votemos más, no más hijos, y démonos de baja de todas las religiones que permiten que unos creyentes se hagan ricos a costa de otros creyentes.
Antonio Canaves Martín