Durante el verano muchos espacios radiofónicos bueno, cada vez menos- se rellenan con el vigoroso asunto filosófico de la playas naturistas, en las que los amantes de la madre tierra se introducen a su deidad por las cuevas de su cuerpo supongo que un intento de fundirse con la sustancia creadora.

Mismamente: la programación radiofónica estival son como las mujeres ociosas: un concurso de tontunas. Y así fue como, yendo en un taxi, donde escucho mucha radio, oí las quejas de una tertuliana acerca de las piernas abiertas que mantienen algunas damas, o señoras, o féminas, en las playas naturistas. Naturalmente, nuestra tertuliana, hablo de una mujer moderna, esto es, medio lela, no osó criticar la indecencia del hecho, ni tan siquiera la falta de higiene que reflejaba. Se refugió en el furgón de cola del siglo XXXI: afirmó que le parecía antiestético.

De inmediato, fue invitado a mediar el metafísico presidente de una asociación naturista de cuyo nombre no logro acordarme. Tras el profundo argumento de la tertuliana, nuestro naturista debió pensar aquello de a bodas me convidan y, tras especificarnos que la naturaleza también tenía semblantes desagradables muy cierto, por ejemplo el de la mantis religiosa trasegándose al tonti-macho de la especie- vino a concluir, en un prodigio de originalísimo desarrollo argumental, que tanto la estética como la ética eran algo subjetivo. Naturalmente nuestra tertuliana, siempre en aras de la tolerancia, ratificó el aserto, y concluyo que, en efecto, se trataba de su opinión. Vamos, que los coños abiertos no se molesten, cito en mi favor al gran escritor y amigo Juan Manuel de Prada- no son criticables, sólo, como cualquier  otro juicio de valor, tolerables. De todo esto se deduce que, en último lugar, que el diálogo no sirve para maldita la cosa.  

Por contra, uno, en su fundamentalista tendencia a la intolerancia, propone que ni la ética ni a la estética son subjetivas, sino objetivísimas en grado sumo. Para ser más riguroso, lo cierto es que no existe nada subjetivo. Cosa distinta es que los hombres seamos incapaces, nueve veces de cada diez- de alcanzar dicha objetividad, pero eso no es categoría conceptual sólo poquedad humana. Recuerden el viejo adagio alemán: No siempre que un libro no cabe en una cabeza la culpa es del libro. Me refiero tanto a la ética como a la estética, ambos coriáceos conceptos objetivísimos. Por ejemplo, si a la mera fisiología nos referimos, ¿quién de ustedes, amigos lectores, considera más hermosa a Teresa Fernández de la Vega que a Megan Fox? Y lo mismo podríamos decir de la ética: ¿Quién les parece a ustedes más ética, Teresa de Calcuta o Elsa Pataki? Pues entonces, buen hombre, dejémonos de tonterías.

Pero es que hay más. Naturista viene de natural, pero nada menos natural que el naturismo o la exhibición pública en cueros. El pudor no se hace, se nace. Por eso, cuando los niños comienzan a tener uso de razón tienden a tapar se sus impudicias, no a mostrarlas, reservando esa intimidad para cuando pueda ser donada, en un acto que alguien definió como una sola carne, a refugio de las miradas extrañas.

Con el pudor se nace ciertamente, pero ojo, porque cuando se pierde por un acto volitivo, inconmensurablemente imbécil, es muy difícil volverlo a recuperar. Me dicen que la última moda en China consiste en unos pantalones o faldas que llevan pintada las bragas o el tanga, supongo que para ponérselo fácil a imaginaciones incapaces de grandes esfuerzos. He aquí una práctica que revela toda la estupidez de algo tan artificiosa como la impudicia.  

Pero no albergo muchas esperanzas de poder razonar con quien ha perdido el pudor. Con el pudor, se pierde la sensibilidad, con la sensibilidad la ecuanimidad y con la ecuanimidad, la inteligencia.

Y como hemos perdido el pudor, nos hemos convertido en una sociedad de tuercebotas.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com