Que yo sepa, de todos los presidentes que ha tenido la democracia española sólo uno se puso límite temporal: José María Aznar. Es uno de las -en mi opinión escasas- virtudes que adornan al personaje. Se autolimitó en el tiempo, y cumplió lo prometido, lo cual le honra. Es más: cumplió su palabra aunque para ello dividiera al partido y escogiera -quizás no tenía que haber elegido él- al más frívolo de todos los candidatos, pero no se echó atrás.
Lo primero que tendría que haber hecho su sucesor era poner límite temporal a su hipotético mandato en Moncloa, o bien proponer -esto puede hacerlo ahora mismito- una reforma legal para imponer un límite temporal a mandato. Rodríguez Zapatero no quiere ni oír hablar de ello, porque aspira a continuar en su actual arriendo por muchos, muchos años. Parece mentira que la oposición no explote las posibilidades políticas que ofrece este aferramiento al cargo de personajes como Chaves o Zapatero. En cualquier caso, un límite de doble mandato, ocho años en el poder, evitan muchas tentaciones, porque si el poder absoluto corrompe absolutamente -frase egregia debida a Lord Acton-, el poder permanente corrompe permanentemente y el poder eterno corrompe para toda la eternidad -Lord Eulogius-.
Eulogio López
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