Sr. director:

El pasado 17 de diciembre, tuve oportunidad de ver el programa "El Debate de la 2", transmitido por la edición internacional de TVE. Su título, "Argentina toca fondo", hacía prever un interesante debate que podría aportar puntos de vista y soluciones a la histórica crisis en que se halla sumergida nuestra querida Argentina.

Sin embargo, la desilusión me llegó pronto, al ver y escuchar la superficialidad y prejuicio ideológico con que varios de los invitados, en su mayoría argentinos, trataban el tema. Pero mi indignación fue mayúscula cuando uno de ellos, el Dr. José Ignacio García Hamilton adjudicó al catolicismo las causas de nuestra postración. No puedo decir que me asombró, pues la ideología liberal del Dr. García Hamilton es ampliamente conocida.

No es mi intención sin embargo, centrarme en las personas que participaron de dicho debate, a quienes respeto en cuanto tales, pero sí considero indispensable hacer algunas aclaraciones que contribuyan a desmentir el mito liberal de una Argentina dorada que habría existido entre 1880 y 1930, de la cual luego nos habríamos apartado por culpa del catolicismo. Y no niego de ninguna manera que, medida según la vara del PBI, la Argentina haya estado entre los primeros países del mundo por entonces.

Y como esta carta no pretende ser un ensayo histórico, recurro al testimonio de reconocidos personajes que fueron testigos y actores de esa época:

En septiembre de 1883, el ex-Presidente y Senador Nicolás Avellaneda decía en relación a la ley de enseñanza laica promovida por el gobierno liberal del Gral. Roca (y alabada por el Dr. García Hamilton): "¿De dónde nos viene esta urgencia suprema para romper con nuestras tradiciones nacionales? Pueblos se han visto que arrojaron al viento de las revoluciones las cenizas del viejo hogar arrastrados por fuerzas invencibles, ¿y vamos por esto a dispersar las nuestras entregándolas a los soplos ligeros de un capricho? No se señala un solo mal público que haya podido promover en la opinión la necesidad de una reforma."

Mons. Federico Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, hacía en agosto de 1884 el siguiente diagnóstico: "... creo que no importa gran cosa para asegurar la paz de este país, y para resguardar los derechos del ciudadano, el que su constitución sea enmendada: lo que importa es que haya una constitución en armonía con nuestro estado social, y trabajar después, sin pérdida de tiempo y sin descanso en favor de la regeneración moral de estas sociedades sudamericanas. Mientras subsista el divorcio entre la religión y la libertad, seremos liberales, si se quiere, pero no libres. La religión es una madre que cesa de ser fecunda, cuando no es amada. Amémosla, y ella nos dará la libertad."

Emilio Lamarca, joven periodista y político católico, decía también por aquellos días: "La corrupción oficial, el servilismo del legislador electo por voluntad de mandones y no por voto popular, el perjurio continuo y el fraude electoral convertido en institución que funciona con una regularidad que espanta y escandaliza a la vez, son hechos que, por sí solos, bastan para ahuyentar al hombre digno y para hacer creer a muchos que la lidia es inútil contra gobernantes que se apoderan de todos los resortes administrativos y que aspiran a manejar con el dedo, con un fruncir de cejas, con un gesto, los resortes parlamentarios." Y más adelante: "El resultado será la pérdida de la fe y el sentimiento nacional: reducirase todo a la fórmula utilitaria, las opiniones se traducirán en moneda y la libertad en servidumbre, porque los que se rebelan contra Dios son los que más fácilmente se pliegan bajo la férula del que los domina."

El mismo Emilio Lamarca denunciaba en el diario "La Unión" del 4 de noviembre de 1884 que el gobierno de Roca había duplicado la deuda externa de la Argentina en solo 3 años: "El venturoso gobierno de 'paz y administración' ha hecho subir la marejada de papeles de crédito hasta una altura desconocida en los anales de este país. La actual presidencia señalará a las generaciones venideras el máximo del abuso en finanzas, desde las épocas de la Independencia." Y seguía: "En consecuencia, no es para ellos los periodistas oficiales que escribimos esto, sino para la gente cuerda que los resiste y debe resistirlos poniéndose a cubierto y preparándose contra el curso forzoso que asoma la cabeza y los hombros en el horizonte bancario. Al descrédito moral y político se seguirá el desorden económico, el desquicio administrativo y las catástrofes financieras."

Pero la realidad era aún peor, como lo testimonia el diario "La Nación" del 1º de marzo de 1885: "La deuda externa es un grave inconveniente para las causas de crisis; por eso un abuso contribuye poderosamente a producirlas como la experiencia lo demuestra. Por eso ahora se hace urgente e inmediata la necesidad de poner límite a la celebración de empréstitos, pues de lo contrario la situación económica del país se expondrá a serias perturbaciones que causarían graves daños a sus importantes y múltiples intereses. La verdad es que se ha abusado en extremo del crédito, triplicando y aún cuadruplicando quizás la deuda pública, no solo en el orden nacional, sino también en el provincial."

Ya en 1886, luego de la victoria electoral de Juárez Celman, heredero político de Roca, denunciaba José Manuel Estrada, quizás el más destacado político católico de la época: "Si hay otra cosa, señores, que veo con tanta claridad como aflicción, es la decadencia que abate a la república."

Decadencia que haría explosión en la crisis de 1890, probablemente la más parecida a la que hoy vivimos los argentinos. Y que haría decir a Estrada en la famosa Asamblea de la Unión Cívica: "Y vengo a asociarme a sus generosos esfuerzos, con mi notoria divisa de ciudadano católico, en esta solemne asamblea convocada en días aciagos, cuando de las libertades constitucionales sólo queda una sombra irrisoria, y la miseria de las masas populares, y las angustias de una sociedad amenazada de la ruina, muestran cuán fugitivos son los triunfos de aquellos hombres, cuyo Dios es el vientre, y olvidan que pueblos e individuos viven no sólo de pan, sino de verdad y de justicia." Y más adelante: "Otras generaciones han presenciado cataclismos e infortunios. ¡A la nuestra ha tocado la triste suerte de contemplar la vergüenza argentina!" ... "Veo bandas rapaces movidas de codicia, la más vil de todas las pasiones, enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, chupar sus sustancias, pavonearse insolentemente en las más cínicas ostentaciones del fausto, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día." ... "Veo un pueblo indolente y dormido que abdica sus derechos, olvida sus tradiciones,sus deberes y su porvenir, lo que debe a la honra de sus progenitores y al bien de la posteridad, a su estirpe, a su familia, a sí mismo y a Dios, y se atropella en las bolsas, pulula en los teatros, bulle en los paseos, en los regocijos y en los juegos, pero ha olvidado la senda del fin, y va a todas partes, menos donde van los pueblos animosos, cuyas instituciones amenazan desmoronarse carcomidas por la corrupción y los vicios. La concupiscencia arriba y la concupiscencia abajo. ¡Eso es la decadencia! ¡Eso es la muerte!"

Y concluía Estrada con un llamado esperanzado a la acción que bien podría aplicarse a nuestro tiempo: "Ese derecho y ese poder (de discutir las cuestiones de gobierno) son nuestros y nos han sido arrebatados en un salteamiento político sin igual en la historia y encaminado al salteamiento financiero que nos arruina y ¡gracias a Dios!, nos despierta para no volver a dormir, ¡ciudadanos!, ¡si tenemos en las venas sangre ardiente de argentinos y merecemos vivir a la sombra de una bandera que no flameará sobre generaciones poltronas ni sepulcros de cobardes!"

He querido con estas pinceladas que pintan la época en que, a opinión del liberalismo, la Argentina fue un país exitoso, abrir una pequeña ventana a nuestra verdadera historia, porque creo que sólo la verdad nos hará libres. Y sólo sobre ella podremos construir una Argentina mejor para todos.

Ignacio Moro