Las recientes imágenes de un niño de diez años conducido con las manos esposadas en la espalda hacia un furgón policial, podrían ser uno de los símbolos del confuso nuevo siglo que estamos estrenando.
El gravísimo delito del chaval consistió en pretender introducirse con un vaso de agua en el hospital donde yacía Terri Schiavo, paralítica cerebral condenada judicialmente, por «amorosa» solicitud de su marido, a ser desconectada del tubo alimenticio que la mantenía con vida.
Si el vaso que llevaba aquel niño hubiese contenido cianuro para la «muerte digna» de Terri, cabría la esperanza de que las llamativas imágenes del chaval detenido como si se tratase de un peligrosísimo delincuente, fueran recogidas por algún afamado guionista, y sirvieran como argumento para una película protagonizada por actores guapetes y dirigida por algún director de reconocido progresismo. Pero como el vaso contenía agua, sólo agua, para intentar salvar a la sonriente Terri, la imagen del niño no sólo fue evitada por muchos medios de comunicación, sino que rápidamente pasará al olvido. Una nueva victoria de la cultura de la muerte, vendida como generosa compasión humanitaria. Seguimos progresando.
Miguel Ángel Loma