La verdad es que si los deberes son los que ahora están haciendo él mismo y sus colegas europeos, no sólo no vamos a salir de la crisis sino que vamos a sumergirnos en ella hasta el cuello. Como ya he dicho en otras ocasiones, no es que nuestros gobernantes sean tontos -bueno, alguno sí- sino que vivimos en una plutocracia, y ellos, pobriños, sólo ayudan a sus verdaderos dueños, los especuladores, y a su verdadero ídolo: el dinero fácil.
De la crisis no vamos a salir entre otras cosas porque esta es la madre de todas las crisis. No es un ciclo malo sobre el cual lo único que podemos deducir es cuándo llegará el ciclo alto que tomará su relevo. No, hemos caído para quedarnos abajo, lo cual no tiene por qué ser malo, si consideramos que, de Occidente, hablo, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades pero, sobre todo, hemos vivido en una burbuja a costa del mundo pobre.
Lo positivo que puede salir de esta crisis ese resume en dos cuestiones: austeridad y bien común. Austeridad no es mutilación ni masoquismo -eso no es propio del Occidente de origen cristiano, sino de los panteístas, hoy conocidos en ese Occidente como ecologistas- sino prescindir de gastos inútiles. Por ejemplo, una de las consecuencias de la crisis será la reducción de la movilidad excesiva, por ejemplo los gastos en viajes innecesarios. También se reducirán los gastos en comidas fuera del hogar, en sanidad innecesaria (sí, hay gastos innecesarios debidos a nuestra obsesión por la salud, y todos aquellos dispendios provocados por la pereza de no hacer todo aquello que pueden hacer los demás si les pagamos: comida en restaurantes, lavado y planchado de ropa, etc. Asimismo, los gastos desaforados en salud -sí los hay- por nuestro miedo a morirnos o los provocados por el culto al cuerpo.
Austeridad que también afectará a las prestaciones públicas. Las pensiones, es lógico, tenderán a bajar, aunque su descenso se disfraza de mil formas -por ejemplo, el cómputo de la pensión se realizará sobre toda la vida laboral- y los fármacos subvencionados se rebajarán.
Hasta aquí lo que podríamos llamar consecuencias privadas del nuevo estado de cosas, para vivir en la crisis. Pero la austeridad debe ir acompañada de una resurrección del concepto de bien común. ¿Concepto equívoco? No lo creo. Por ejemplo, la especulación causante de esta crisis permanente, atenta directamente contra el bien común. La prueba de ello es que si desapareciera toda la actividad especulativa la economía real ni lo notaría: iría a mejor. Y esta sí es tarea normativa, sí es labor para los gobernantes que se reunirán el día 15 de noviembre. En lugar de colaborar con los banqueros especuladores, lo que tienen que hacer es castigar la especulación en todas sus formas.
Y ojo, mejor que la crisis no caiga en la tontuna de la izquierda. Es cierto que los banqueros, especialmente los banqueros de inversión y las casas de bolsa, han sido los que han provocado la crisis. Pero el problema no está en sus sueldos, por muy escandalosos que sean, que lo son. La progresía siempre se comporta así: como el progre quiere ser millonario, detesta a los millonarios que le impiden serlo. Quiero decir que el progre es muy envidioso, por lo que no le fastidia la riqueza, sino los ricos cuando él no lo es. No, lo que la progresía debería vender es que si han arriesgado mucho en sus especulaciones que lo paguen, no que se lo pagamos todos. No, sus sueldos suponen una cantidad mínima sobre todo el volumen de dinero que han defraudado al público, a los del bien común. No se trata de recortarles los sueldos, que también, se trata de no pagarles el dinero que han hecho perder a los demás, aunque los demás salgan damnificados.
De otra manera se reproducirá el chantaje.
Eulogio López
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