Pues sí, me equivoqué: ha ganado Bush, independientemente de que los demócratas acepten o no la victoria. Las elecciones las ha ganado Bush incluso si Kerry lograra la Presidencia tras un segundo recuento en Ohio. Y esto porque ha obtenido más votos personales que Kerry, de igual modo que en el año 2000 Al Gore debía haber sido presidente de los Estados Unidos de América porque había obtenido más votos populares que Bush.
Que no sirva esto para que los antigringos de salón despotriquen contra el sistema electoral americano: antes deberían recordar que un voto soriano vale como cuatro votos madrileños o que en España no existe esa perversión de la democracia llamada disciplina de voto. Allí se escogen personas, aquí sólo nos dejan elegir entre partidos.
En cualquier caso, me equivoqué en mi predicción sobre la victoria de Kerry. Ha perdido el millonario -mucho más que Bush- John Kerry, ha perdido el católico que pretendía una Iglesia trasformada a su gusto, y ha vencido el wasp (blanco, anglosajón y protestante), el hombre de la Costa Este. Con el triunfo de Kerry, nada hubiera cambiado en Iraq ni en la III Guerra Mundial contra el terrorismo en la que estamos insertos (y donde Bush se ha equivocado y Kerry también se hubiera equivocado), muy poco hubiera cambiado en la economía norteamericana y en la liberalización económica mundial (ONG), pero puede cambiar el derecho a la vida desde la concepción, así como una mayor valoración del presupuesto científico, que no moral, de que donde hay genoma humano hay ser humano. Porque esto último sí es patrimonio de Bush, no de Kerry.
Digo todo esto porque Pío Cabanillas padre- hizo famosa, en noche electoral, la siguiente frase: Todavía no se qué, pero seguro que hemos ganado. Ahora no conviene decir que Bush y Kerry son iguales, o lo que es mejor: Pensé que habían ganado los demócratas y resulta que hemos ganado los republicanos. Pero no, entre ambos líderes hay diferencias. Puede haber, como diría Felipe González, una única política antiterrorista posible o incluso una única política económica posible (no me creo ni lo uno ni lo otro), pero no puede haber una única moral posible. Entre otras cosas, porque, si así fuera, lo que nos estaríamos cargando sería la libertad. Simplemente.
Vamos con la política del odio a la que hacía referencia ayer. Nunca un presidente norteamericano concitó tantos odios como Bush. Odios internos y externos, insultos, injurias, mentiras (hasta Dan Rather, el periodista más famoso de América, fue engañado con unos papeles falsos que comprometían el pasado militar de Bush y los dio por buenos sin contrastar debidamente la información). Y es que eran muchos los poderosos que querían poner a Bush contra las cuerdas, y Dan no se sustrajo a la marea). Pero ya lo decía esa referencia moral para las futuras generaciones que fue don Vito Corleone: No odies a tu enemigo, o no podrás juzgarle. La progresía internacional, la bendita post-modernidad, la Costa Este norteamericana, se ha dado de bruces con un personaje como Bush, al que no se le conocen refinamientos artísticos ni cultura literaria, pero, créanme, tiene las ideas muy claras. Algunas de esas ideas son terribles, y otras son terriblemente hermosas. Además, conociendo qué es lo que entienden los postmodernos por refinamiento artístico o cultura literaria, créanme, es mejor que se quede como está. Le odiaban tanto que no han podido juzgarle y, por eso, no han podido vencerle. Resulta que de Bush sabemos lo que piensa, cosa que no tenemos nada claro con el progresista, post-moderno y millonario Kerry. Los poderosos tipos como Michael Moore no votaban para apoyar a Kerry, sino para fastidiar a Bush, así que no han podido juzgarle convenientemente. El odio nubla las mente, y antes que ninguna las mentes brillantes, quizás porque odian más y mejor.
El dandi Tom Wolfe sorprendía ayer (The Guardian-El Mundo, martes 2) con una curiosa historia: Hablaba de una famosa intelectual y articulista norteamericana quien, a su vez, relataba una cena con editores y gente del mundo de la cultura (esa cultura que tanto ama nuestro presidente Zapatero). Hablaban de la necesidad imperiosa (cómo sufren los intelectuales ricos) de pararle los pies a Bush. En ese momento se entromete en la conversación (¡Cuánta osadía!) un camarero, para más señas negro, quien afirma muy contento que va a votar por Bush. ¡Gran escándalo en la selecta concurrencia! Nuestra articulista se pregunta cómo hacer cambiar de opinión a este tipo de gente (creo que se refería al camarero, para más señas negro, como creo haber dicho antes). Pues bien, Tom Wolfe extrae la conclusión opuesta a la de tan brillantes comensales: llega a la conclusión de que ninguno de los grandes editores norteamericanos conoce Norteamérica. Una conclusión que es mucho más que brillante: es sencilla, es lógica, es certera.
Con Bush ocurre algo parecido. A quien Bush ha derrotado en estas elecciones es a la Costa Este, al mundo wasp, blanco, anglosajón, protestante (lo de protestante no es un error: en este caso se intercambian los papeles religiosos; ya hemos dicho que Kerry es un católico que aspira a ser Papa, es decir, que no es católico, y Bush un cristiano que respeta a su Santidad) y amigo de redimir al pueblo, como los viejos ilustrados, dedicando a ello todo el dinero que sea menester. La Costa Este es la posmodernidad americana, y la post-modernidad americana (brillante, no sé si lo he dicho) opina como aquel oficial americano destinado a Japón en la posguerra mundial: A estos japoneses les hago yo demócratas aunque tenga que fusilarlos a todos.
Para la post-modernidad, hispanos, negros y demás gente capaz de expresar un sentimiento son carne de campo reeducativo : por su bien hay que transformarles cuantos antes, hay que hacerles progresistas o seguirán votando a Bush. Y claro, una cosa es la democracia, y otra que la democracia posibilite la reelección del odiado George.
La posmodernidad no es más que el modernismo llevado a sus efectos. El modernismo comenzó dudando de que existiera la verdad y la post-modernidad se ha aprendido la lección con tanto entusiasmo que ahora condena a todo aquel que se sienta convencido de algo, comenzando por su propia existencia. Bush está convencido, por ejemplo, de que un matrimonio es una institución formada por un hombre y una mujer, y de que el aborto es un asesinato. Y claro, eso no puede ser, porque caemos en el dogmatismo con la consiguiente vuelta a la Edad Media.
En 1948, se escribió la Carta Fundacional de la ONU en un pis-pas. Y es que nadie dudaba de qué eran los derechos humanos. Lo único que hicieron los fundadores del organismo fue elevarlos a Tratado Internacional con ansias globales. Ahora bien, en el siglo XXI, con la posmodernidad en lo más alto del trono social, nadie sabe de qué hablamos cuando nos referimos a derechos humanos. Por ejemplo, en 1948, el aborto aún no había regresado a Occidente y a nadie se le ocurría la estupidez del derecho a la libre elección. Conclusión: los derechos humanos no sirven para nada. De hecho, ninguna idea, ningún credo, ninguna convicción sirven para mucho, porque tan valioso es un principio como su contrario. Hasta el mismísimo principio de contradicción es discutido. Y el que pretenda imponerlo es un intolerante.
Sí, Bush ha vencido a la Costa Este y a todo el sistema mediático mundial, y a todo el mundo del espectáculo. Es la grandeza de la democracia: el voto de los camareros negros vale tanto como el del editor del New York Times. Lo cual es injusto : el camarero tiene mucho más sentido común.
Eulogio López