Digámoslo finamente. Fernández Bermejo, ministro de Justicia de la escudería Zapatero, es un personaje muy ideologizado, adjetivo que alude a quien es incapaz de ver virtud o verdad alguna, ni tan siquiera potencialmente, en su adversario.
Su tesis es simple: en un Estado de Derecho todos tienen que obedecer la ley, y quien no la obedece "que se atenga a la consecuencias". No lo ha dicho en genérico, no, sino señalando con el dedo a los objetores de Educación para la Ciudadanía. Ha dejado colgada en el aire la amenaza: no nos ha especificado qué consecuencias son esas, pero, así, entre nosotros, a mí ya me tiene acongojado, porque don Mariano es de los que piensa, con Vito Corleone, que los necios son los únicos que incumplen sus amenazas.
De paso, le ha dado una toba a los curas, que es una variante progresista muy encomiable: la conferencia episcopal "está enviando mensajes que no se corresponden ni con la realidad de lo que es la asignatura ni, mucho menos, con la actitud que debe tener la jerarquía de cualquier credo en un Estado de Derecho, que debe respetar la ley como el primero y debiera dar ejemplo de respeto a esa ley".
La verdad es que la jerarquía católica está respetando la ley, especialmente la Constitución: de hecho, les está pidiendo a los padres que objeten, y el derecho a la objeción de conciencia está recogido en la Constitución. Podríamos decirle que incluso está mal recogido, dado que se refiere al servicio militar obligatorio, cuando la objeción de conciencia es un derecho universal, que afecta a todos y para todos. Pero es que, además, el hombre debe atender antes a la conciencia que a la ley, precisamente para que el Estado de Derecho no se convierta en una mera burocracia. Y esto no se lo ha inventado la derecha.
Como el señor Bermejo es ministro de un Gobierno socialista, convendría recordar aquí las palabras pronunciadas por el diputado Pablo Iglesias, cuando, allá por la segunda década del siglo XX, los socialistas accedieron, por primera vez, al Parlamento español: "El partido socialista estará en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones".
Don Pablo, tan homenajeado por los socialistas, no sólo animaba la objeción de conciencia cuando atentaba contra sus principios, sino contra sus intereses. Los curas, por contra, proponen a los padres la objeción sobre un principio reconocido por el art. 27-3 de la propia Constitución española de 1978: "Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones".
Esto es, la diferencia entre la Conferencia Episcopal y Pablo Iglesias es que, como católicos, los obispos sólo acuden, como último recurso, a la objeción de conciencia cuando se vulnera el derecho fundamental de los padres a educar a sus hijos como moralmente consideren conveniente, mientras que don Pablo, como buen progresista, afirma que cumplirá la ley cuando le interese, y la incumplirá cuando no le convenga. Bermejo es hijo de Iglesias, que no de la Iglesia: toma de la ley lo que le conviene y la utiliza como una porra contra el adversario.
Para entendernos: si nos cargamos el derecho a la objeción de conciencia nos habremos cargado el Estado de Derecho. La conciencia está por encima de la ley, entre otras cosas porque es la conciencia de los legisladores y de la comunidad –antes llamada pueblo soberano- quien forja la ley, Y si no así, es que está mala forjada.
Concluyendo: Bermejo es un mentiroso, un burócrata y un matón pero, eso sí, un matón progresista.
Eulogio López