Sr. Director:

Más allá de la tormenta autogenerada en relación con los holdouts, producto de la necedad, la ignorancia y la torpeza de nuestros funcionarios, que resolvieron ignorar las consecuencias de un fallo que ya tiene más de dos años de antigüedad, el panorama de la economía argentina y, consecuentemente, de las consecuencias sociales que acarrea, no podría ser peor.

La escasez de los dólares imprescindibles para pagar la deuda e importar la esencial energía, el cepo cambiario, la desfinanciación del Banco Central y de la Anses, la descontrolada emisión de pesos para paliar el incontenido déficit fiscal, la creciente inflación que destruye el poder adquisitivo de los salarios, la cerrada negativa a actualizar las alícuotas del impuesto a las ganancias, la insoportable presión tributaria, la caída en las inversiones, los generalizados despidos y suspensiones, la inocultable recesión, el cierre provisorio o definitivo de industrias y comercios, son todos graves expresiones de un sistema enfermo, próximo a caer en coma.

Todos esos síntomas, como es obvio a partir de la guerra que hemos declarado al mundo todo, tenderán a profundizarse en los próximos meses, porque cualquier plan económico que pretendiera tener éxito, si es que el Gobierno pudiera sacar uno de la galera, requeriría de la confianza de la población, una virtud de cuya posesión el kirchnerismo en retirada no puede, precisamente, vanagloriarse.

Ese somero diagnóstico me lleva a preguntarme si los pre-candidatos "presidenciables" -es decir, aquéllos que, a priori, pueden aspirar a ganar las elecciones- son conscientes de la magnitud de los problemas que deberán enfrentar cuando lleguen a la meta y, sobre todo, cuánto peor será el cuadro si la Presidente llega al final de su mandato en la fecha prevista. En una palabra, si se dan cuenta del costo sideral que tendremos que pagar los argentinos si los políticos deciden 'hacer la plancha' hasta diciembre de 2015.

Es claro que, para construir cualquier proyecto, resulta imprescindible contar con la materia prima del caso, y que casi ningún estamento de nuestra sociedad la tiene. Los pre-candidatos mejor posicionados, porque sólo aspiran a llegar sin importar el precio y sin arriesgarse a decir qué cosas concretas harían si triunfan; los políticos, porque sólo quieren conservar sus canonjías y acomodar a sus allegados; los empresarios, porque dependen tanto del Estado para tener éxito en los negocios que están dispuestos a sacrificar en ese altar a todas las instituciones republicanas; los jueces, porque son incapaces de recurrir a los mecanismos constitucionales para imponer el cumplimiento de sus fallos; los militares, porque han desaparecido como factor de poder y sus aspiraciones se reducen ya a mejorar sus magrísimos salarios y su pobre equipamiento; los maestros -ahora, "trabajadores de la educación"-, porque han perdido la vocación por enseñar; las clases acomodadas, porque su individualismo las ha llevado a abdicar de sus derechos y de sus obligaciones con la sociedad.

Después de ese triste inventario, quedan pocas organizaciones sociales susceptibles de encabezar el cambio que nos permita corregir el rumbo de colisión contra su propia historia que la Argentina está siguiendo hace décadas. Podríamos rescatar, al menos en principio, a dos: la Iglesia, de la mano de S.S. Francisco, y los sindicatos. Sé que estos últimos están altamente cuestionados por su imagen social, pero lo cierto es que sus dirigentes constituyen hoy la única "oligarquía" en términos políticos; saben por qué luchan y asumen su rol, más allá de la corrupción en la que muchos de ellos han caído.

Cuando he discutido el papel de los empresarios, la respuesta casi unánime es que, en la medida en que en nuestro país uno se entera si es rico o pobre por el diario del día siguiente, ya que carecemos de seguridad jurídica y horizontes de previsibilidad, no les queda más remedio que aspirar a los negocios que los burócratas de turno pueden habilitarles. Este razonamiento, o esta excusa, son rigurosamente falsos. Les resulta infinitamente más cómodo y menos riesgoso a nuestros pseudo 'capitanes de la industria' contar con un mercado, por muy chiquito que sea que, protegido por el Estado y convertido en un zoológico en el que cazar, les permita producir a cualquier precio y con baja calidad. Contra esa postura, he formulado propuestas concretas, como puede verse en la nota que titulé "Una respetuosa sugerencia a la Unión Industrial" (hacer click en http://tinyurl.com/7a2jgdn); está demás decir que no tuve con ellas éxito alguno.

Pero, volviendo a los "presidenciables" y a su manifiesta incapacidad para asumir el papel que el momento les asigna, la chabacana forma en que la Presidente se dirigió a alguno de los integrantes de la selección nacional de fútbol a su llegada al país después del Mundial, parece que les resulta aplicable. Ante el momento crucial que vive nuestro país, ¿se van a achicar ahora o estarán dispuestos a asumir la responsabilidad con el futuro; la Historia no será generosa con ellos si no lo hacen ya. Así como Perón y Balbín, además de muchos otros, estuvieron dispuestos a correr a la dictadura del Gral. Lanusse con "La Hora del Pueblo", hoy mismo deberían reunirse todos los partidos de oposición para exigir e imponer el cambio de rumbo -o de tiempos-, antes de que Argentina choque con el enorme iceberg que tenemos a simple vista.

Sin embargo, aún si eso no se diera, conservo una cierta esperanza en un mañana mejor, y lo hago por dos razones concretas. La primera es que, al contrario de lo que ha sucedido siempre en nuestro país, salvo escasísimas excepciones, las próximas elecciones -cuando quiera que se realicen- no permitirán al próximo presidente contar con un Congreso con mayorías propias y, de allí en más, será necesaria una negociación permanente con la oposición, materia prima indispensable para la cultura política. Se me podrá decir que, con los legisladores que las listas sábanas nos proporcionan, siempre existirá la posibilidad de desenfundar "banelcos", pero confío, como Jorge Asís, en el tsunami de decencia que acompañará la retirada de los Kirchner. La segunda razón es que quien se siente en el sillón de Rivadavia no dispondrá de fondos ilimitados, como sucedió en esta estirada década, y ello le impedirá ejercer el populismo, que tanto daño le ha hecho a la política y a la sociedad desde hace muchos años.

En cambio, me inquieta enormemente cuán atrás aparece la educación en la lista de preocupaciones y prioridades sociales que enumeran las encuestas más serias. Si la ciudadanía no toma consciencia ya mismo acerca de nuestra decadencia en el único motor de desarrollo con que cuenta la humanidad en este siglo XXI, la brecha que nos separa de las principales economías del mundo continuará creciendo geométricamente, y los cincuenta años actuales se transformarán en un agujero imposible de rellenar. No se trata de ideología, como lo demuestran regímenes tan disímiles como Brasil, China y Ecuador, con sus millares de estudiantes becados en las mejores universidades norteamericanas, sino de mera sensatez.

Si bien, como en muchísimas otros aspectos, carecemos de los ingentes recursos que resultan indispensables para encarar la masiva investigación científica en todos los órdenes, ello no debiera impedirnos recrear la universidad pública que supimos tener y de la cual se enorgullecía toda América Latina; también allí nuestro derrumbe como sociedad es comprobable, ya que ninguna de las argentinas figura en el ranking de las mejores quinientas del mundo. En este campo he realizado propuestas que creí inteligentes -ver "Estúpida Universidad" (clickear en http://tinyurl.com/bx9t7mt)- pero, una vez más, no conseguí ser profeta en mi propia tierra.

El conocimiento, y no las riquezas naturales, es el principal factor para construir el futuro, un futuro que la política sigue negando a los habitantes de esta triste nación. Pero, como es lógico, se requiere que encomendemos la administración de nuestra patria -que debiera ser nuestro bien más preciado-  a verdaderos estadistas, es decir, a aquéllos que, en lugar de las próximas elecciones, piensen en las próximas generaciones; hombres y mujeres que, como materia prima de su carácter, tengan el coraje necesario para encarar este trascendental cambio de rumbo en nuestro destino. 

Enrique Guillermo Avogadro