En vísperas del colorido desfile del orgullo gay (¿orgullo de qué), el día en que los madrileños sensatos no pisan el centro de la capital, el ayuntamiento que dirige Ana Botella (en la imagen) se ha apuntado al 'yo soy más homosexualista que nadie'. Es decir, se ha apuntado al totalitarismo gay, con un comunicado-manifiesto que no tiene desperdicio.Por ejemplo, los concejales dicen cosas como estas: "La aprobación del matrimonio igualitario en España ha supuesto la igualdad legal para las familias formadas por gays, lesbianas y bisexuales, pero aún quedan muchos retos pendientes para lograr la igualdad plena". Mira vos. Ahora resulta que nuestra alcaldesa considera maravilloso el homomonio, a pesar de que fuera impugnado ante el Tribunal Constitucional por su propio partido.

Sigamos con la coña del manifiesto: "Según un estudio realizado entre más de cinco mil escolares de la Comunidad de Madrid, uno de cada diez recibe agresiones físicas en su centro escolar por razón de su orientación sexual o identidad de género. Un hecho inaceptable que requiere de formación para el profesorado, y protocolos que permitan proteger a las víctimas y prevenir el acoso LGTBfóbico". Esto es tan falso como cínico. El lobby gay continúa con su estilo de siempre, aprendido del feminismo abortero: primero se hacen las víctimas para que todo el poder del Estado se vuelque contra cualquier discrepante. Una vez que controlan los poderes públicos exigen sumisión a sus tesis (espero que sólo a las tesis).

Todo lo contrario, lo que se está produciendo en los colegios de toda España es un lavado de cerebro para que los niños se homosexualicen. Es una verdadera opresión mental y perversión de la infancia con el apoyo y la financiación de los poderes públicos.

El delirio: "La situación de las personas transexuales debe ser una prioridad. Es necesaria la aprobación de una Ley Integral de Transexualidad, y que se elimine la transexualidad del catálogo de enfermedades mentales, así como la creación de un protocolo para menores transexuales". Ya he dicho que la homosexualidad no es una enfermedad mental, es una aberración moral, que es distinto. No es patología, es pecado, no es desequilibrio, es barbaridad. Pero que se convierta en prioridad la transexualidad -es decir, que financiemos la aberración, que de esos estamos hablando, oiga señora alcaldesa, me parece que se está usted pasando dos pueblos.

Por cierto, la homosexualidad no es una enfermedad aunque, como todo lo que es antinatural e inmoral, acaba produciendo desequilibrio y locura. Eso sí.

Los totalitarismos siempre empiezan y acaban en lo mismo: el discrepante es un delincuente

Y lo que casi me parece peor de todo: la imposición totalitaria de la censura al discrepante. Ahí va: "El Pleno rechaza cualquier acción, manifestación o legislación homófoba, tránsfoba o bífoba y se compromete a luchar por la igualdad de derechos y oportunidades para todos sus ciudadanos y ciudadanas".

Es decir, que, o aceptas todas estas majaderías, o cierras el pico. El que se atreva a decir lo que piensa sobre la homosexualidad, por mucho que respete a las personas homosexuales, es un homófobo y debe ser perseguido por jueces y policías. Los totalitarios empiezan y acaban ahí: el discrepante es un delincuente.

Señora alcaldesa, no sea usted cobarde. Para mí que todo se está volviendo muy gay: el guey Pipo, la gueina Leti y ahora la Botella gay.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com