Ya están a salvo, ya podemos hablar
1. Tras el Playa de Baquio y el Alakrana habrá secuestros de barcos españoles en el Índico, porque los piratas saben que hay un Gobierno débil, el español, que paga por rescatar a sus marineros, un Gobierno que siempre cede.

La respuesta más lógica de un país, representado por su Gobierno, ante un secuestro es emplear la fuerza, rescatar a sus compatriotas. Ese es el  primer deber del Gobierno, proteger a sus ciudadanos.

Para hacer eso, un gobernante necesita valor. No el valor físico del comando que afronta la liberación sino el valor del político que sabe que si, la operación sale mal, él sale del Gobierno. El problema es que Rodríguez Zapatero es un cobarde, al menos un cobarde político que teme perder el poder.

2. Puede admitirse incluso que el Gobierno decidera renunciar a la liberación, pagar un rescate de cuatro millones de dólares a unos piratas para rescatar 36 secuestrados. Pero no puede entenderse que, como han hecho otros países, un minuto después no les haga pagar caro su canallada. Desconozco si fue posible pero lo más lógico sería que en cuanto los secuestradores abandonaban el Alakrana, la marina española hubiese hundido las embarcaciones en las que dejaban el Alakrana. Y si no al minuto siguiente, que la aviación española hubiese bombardeado puertos piratas.   

3. Rodríguez Zapatero, aún después de la liberación, pidió prudencia y colaboración. La prudencia no es cobardía, señor presidente. Y la colaboración que le pueden prestar la oposición política, la prensa, ni los propios familiares, no consiste en callar sino en decirle cuándo se equivoca. ¿Pactar con el Gobierno? No, hombre no, usted gobierne, y cuando creamos que lo hace bien le aplaudiremos y secundaremos; cuando no, le criticaremos. Eso es democracia. Lo otro es una mordaza, si no connivencia.

4. Familiares. El Gobierno la ha cagado, aullaba la esposa de uno de los secuestrados. Insisto, siempre he sospechado de ese dolor que produce rabia. Pues no, quien la cagó en un principio fueron sus familiares, señora, que estaban pescando donde sabían que la marina española no podía protegerles.

El sufrimiento puede justificar algunas salidas de tono, pero no el desprecio, primero el resto de los españoles y al Gobierno: Que no nos vengan luego con banderitas españolas, aullaba otra de las nobles familiares. Pues mire usted, señora, eran soldados españoles los que ayudaban y vigilaban a su esposo y ha sido dinero español el empleado en rescatarlas.

Luego el desprecio a los medios informativos, las caras de oficio ante unos periodistas sin los cuales dichos familiares de los secuestrados no hubiesen volcado a la opinión pública en favor de la liberación de sus familias. Por no hablar de la otra esposa, aprendiz de analista política, exigía a todas las fuerzas políticas que hicieran... no se sabe qué, pero todas, todas tienen que cumplir con su deber, que nosotras ya hemos cumplido con el nuestro.

Curioso, también, que hayan sido las familiares de nuestros arrantzales. Al parecer, la vida de los pescadores gallegos, ganeses, indonesios, marfileños, senegaleses o malgaches no tiene el mismo valor que la de un arrantzale.  

5. Lo más grave: habrá nuevos secuestros, especialmente de barcos españoles. Felicitemos a los liberados, pero preparémonos para lo peor. Recordemos la etapa de secuestros aéreos de los años setenta del pasado siglo. Sólo terminaron cuando los aspirantes a pirata aéreos comprobaron que nadie cedía, y que los gobiernos no aceptaban otra cosa de los secuestrados que la rendición, sin ceder al chantaje, fuera este el pago de un rescate o la liberación de terroristas encarcelados. El punto de inflexión tuvo lugar, precisamente, en Mogadiscio, cuando un comando de policías liberó a los pasajeros de un avión alemán.

Ahora ha resurgido la piratería marina. ¿Cuánto tardaremos en darnos cuenta de que, ante el terror no se puede ceder? El coste es grande, tanto político, como en vidas humanas, pero hay que afrontarlo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com