"Las almas mueren a pesar de mi amarga pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de mi Misericordia. Si no adoran mi misericordia morirán para siempre. Secretaria de mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia mía, porque está cercano el día terrible, el día de mi justicia". Punto 965 del Diario de la Divina Misericordia, de Santa Faustina Kowalska.
El próximo domingo se celebra en la Iglesia católica la Festividad de la Divina Misericordia, la única festividad religiosa incorporada durante el siglo XX. La instauró Juan Pablo II, el mismo Papa que canonizó a la polaca Faustina Kowalska (1905-1933) (en la imagen) que se pasó 30 años bajo atenta vigilancia, porque la Curia Vaticana (sí, ella, la pérfida Curia) no podía creer que de una monja semianalfabeta pudiera surgir (Diario de la divina misericordia) la obra cumbre de la mística contemporánea, el mejor retrato del ser humano, como ningún filósofo o ninguna artista pudiera lograr.Sí, ya sé que las anteriores palabras de Faustina, hija de herrero (que eso significa su apellido), fueron escritas poco antes de su muerte, en 1938, pero no debemos olvidar que los tiempos de Dios no son los tiempos de los hombres. Kowalska distingue entre la era de la misericordia y la era de la justicia, lo que nos lleva a algo que ya hemos repetido hasta demasiado en Hispanidad: la actual crisis económica, la mayor que haya vivido la humanidad contemporánea, no es causa de la miseria sino consecuencia de la miseria moral, del pecado.
Así, no por casualidad, Juan Pablo II, en el año 2000, instauró la Fiesta de la Divina Misericordia para el domingo siguiente al de Resurrección. Y para esa fiesta otorgó indulgencia plenaria -de culpa y pena, o sea, la repanocha, una especie de nuevo bautismo, de volver a nacer- según las condiciones habituales: confesar, comulgar, rezar el Credo (es decir, un acto de fe sobre los dogmas de la Iglesia) y rezar por el Papa. No es una oportunidad para desaprovechar, no vaya a ser que la era de la justicia nos pille desprevenidos.
Eulogio López
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