Un líder confundido en busca de un liderazgo confuso
El presidente norteamericano, Donald Trump, defiende la hamburguesa y los refrescos de cola. Allá él si tiene tan mal gusto pero hay que aplaudirle cuando ha decidido prohibir la prohibición de dar hamburguesas a los chavales en los centros escolares. Yo prefiero un buen chuletón pero se trata de pan y carne y a los menores sí les gusta: ¿Por qué negárselas por ley? ¡Déjenles en paz!
Por contra, al ministro rojo del gobierno colorado de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, le encantan las prohibiciones. Y así, nuestro responsable de Consumo, Alberto Garzón, quiere poner un impuestos sobre las hamburguesas, una medida revolucionaria que cambiará el mundo. Insisto, no me gustan las hamburguesas y demás comida rápida pero, al fondo de esta cuestión, está lo de siempre: la progresía nos impone lo que debemos comer… y, si les dejamos, también lo que debemos pensar.
En el pin parental, un PP sin iniciativas ha secundado a Vox. Ahora deberá hacerlo -o negarlo- en la ley de memoria histórica. La próxima es el cheque escolar
Al revés: no se le puede alabar el gusto a Donald Trump, que no lo tiene, pero sí su tendencia a quitar normas y tributos. Por el contrario, a socialistas y comunistas, al nuevo gobierno español, le encanta interponer normas, prohibiciones, tributos y tasas al conjunto de los ciudadanos. Eso sí, sabemos que lo hacen por nuestro bien. Como decía la vieja canción, todo lo hacen “a beneficio de los huérfanos y de los pobres de la capital”.
Estados Unidos cree en la libertad, por tanto, cree en el hombre, también para engordar: Allá él si no se cuida. Además, el motivo para consumir una hamburguesa también está en el precio, así que no les suba el precio mediante impuestos.
Por el contrario, los progres de PSOE-Podemos creen en las prohibiciones: usted no se tomará una hamburguesa aunque quiera. Por de pronto, las pagará a precio de chuletón. Y es que la progresía siempre ha tenido un problema con la libertad.
El Gobierno socio-podemita a lo suyo: Alberto Garzón planea un impuesto contra la hamburguesa. Él nos dicta lo que debemos comer… y, si fuera posible, lo que debemos pensar
Y todo esto no deja de ser un reflejo de la situación política española: la clave política radica ahora en Pablo Casado, porque estamos volviendo al bipartidismo por donde parecía imposible. No al bipartidismo vacuo de PSOE-PP sino a al bipartidismo que nos obliga a elegir entre cristianismo y cristofobia.
Ha aparecido en escena Vox, que no es un partido ultra sino un partido cristiano. Esto es, lo que más teme la progresía, tanto de izquierda como de derecha. Casado tendrá que elegir entre seguir -o protagonizar- los principios cristianos de Vox o difuminarse en la derecha pagana y progre de Ciudadanos.
Con el pin parental, Casado ha tenido la osadía de apartarse del viejo PP de Aznar y Rajoy, representado hoy por el modernísimo Núñez Feijóo, y ha apoyado a Vox. Ojo, y el pin no es más que el principio porque detrás del pin parental está el cheque o bono escolar, una medida mucho más importante que el pin para la libertad de educación de los padres.
Una fase más: Vox intentará anular la vengativa ley de memoria histórica de ZP
Ahora, deberá volver a elegir porque Abascal lleva la iniciativa y ha presentado en el Congreso una proposición de ley contra la rencorosa Ley de Memoria Histórica, la norma nacional de 2007 de, cómo no, el insigne Zapatero, y las leyes de memoria histórica de recorrido autonómico que ha desarrollado aquélla. Leyes de Memoria Histórica que han resucitado las dos Españas y el guerracivilismo, aupado por ZP -cómo no- y encarnado ahora por Pedro Sánchez.
Hemos vuelto al bipartidismo: cristianismo frente a cristofobia. Todos tendremos que elegir. Pero, más que nadie, el que no se sabe dónde está: el Partido Popular. Bueno sí, está en el centro reformismo. El único problema es que nadie sabe qué es eso que en Génova llaman centro-reformismo o centro-derecha. Desde José María Aznar, su inventor, muchos sospechan que el centro-reformismo es el centro de la nada, la vacuidad absoluta. Eso sí, válida para un roto y para un descosido.
Así que Pablo Casado debe decidir si apoya los principios cristianos de Vox o se difumina en la derecha pagana de Ciudadanos.