A medida que se acercaba la fiesta del Bautismo de Jesús, que cierra el ciclo litúrgico de la Navidad, me encontraba yo muy inquieto. Este año no se ha hablado de pacifismo y desarme internacional, que es como la progresía imperante entiende el mensaje evangélico de “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” y que constituye el referente de estas fiestas.

Naturalmente el espíritu angélico hablaba de paz interior, en el corazón de cada hombre, pero, ¿acaso alguien espera sabiduría de la progresía?

Centrémonos, por tanto, en la paz externa, en la ausencia de violencia, también de guerra, aunque ni la violencia física es el único tipo de violencia ni la guerra es el único tipo de violencia física.    

Decía Chesterton, cuando Inglaterra y Alemania eran enemigos irreconciliables -o sea, como ahora mismo, pero por otras vías- que era más fácil conseguir que un inglés amase a Alemania que conseguir que ame la paz con Alemania. Con este ejemplo desnudaba la horterada del pacifismo.

Vamos ahora con San Juan Pablo II, que, en respuesta al pacifismo, verdadero motor del derecho internacional actual -por eso la violencia se ha disparado- aseguraba que la ausencia de guerra no sirve para nada, con su famosa idea de que “no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”. Y en esa idea iba implícita la segunda: no puede haber perdón sin arrepentimiento.

La paz sin justicia puede venir del fuerte que vence al débil y le somete. Y así, paz en la tierra puede significar que un hombre odie a su prójimo pero le tema más aún y no se atreva a rebelarse.

En cualquier caso, ¿qué más da que no haya guerras si estás en guerras con tu mujer, con tu hermano o con el vecino?

Más: como el hombre es un sujeto débil, tampoco habrá justicia sin perdón, porque el ser humano -bueno, todos menos Pedro Sánchez, que es perfecto- es un sujeto falible. Por tanto, mete la pata mucho y ofende más -bueno, salvo Pedro Sánchez- por lo que las peticiones sinceras de perdón -es decir, las que conllevan arrepentimiento-. Es la única manera de afianzar la justicia y, por tanto, la paz. Primero la interior, luego la externa.

Cuando uno ofende al prójimo, el ofendido no busca una declaración de paz, sino que sanen su herida… con una petición de perdón. 

Entre otras cosas, porque lo que distingue al hombre, animal racional, del perro, es que el perro siente el dolor, sin más. Por el contrario, el hombre siente el dolor como una ofensa, como una injusticia o, al menos, no sólo sufre sino que es consciente de su sufrimiento. El hombre vive el dolor, el animal sólo lo siente. ¡Guay que sea racional, capaz de metabolizar sus propias vivencias!

Así que, cuando el ángel pregona aquello de paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, lo que está diciendo es que todos tenemos que arrepentirnos para asegurar la justicia y, con ella, la paz… incluida la ausencia de guerras, que constituye, en efecto, un signo de paz, pero un segundo entre muchos otros.

Lo del pacifismo es otra cosa: una obviedad porque, ciertamente a nadie le gustan las guerras.