No existe el pecado, sólo existe el error”. Es una de esas maravillosas frases hechas, es decir un lugar común, cuyo problema no es que sea un tópico: el problema es que es falso.

Porque claro, si no existe el pecado, si lo que llamamos pecados no son otra cosa que errores, entonces la tragedia es mayúscula: el hombre no es libre. El ser humano sólo sería un sujeto falible y, como tal, a veces acierta y otras veces se equivoca, pero siempre de forma inconsciente.

Y si no es libre, tampoco es dueño de su destino: ¡Qué horror!

Libertad es elegir entre el bien y el mal. Si no existe el pecado, tampoco existe la libertad

Libertad es ante todo elegir entre el bien y el mal. Pero el hombre sí que es libre. Por eso peca, siempre que opta por el mal, que no es otra cosa que aquello que atenta contra su naturaleza o que atenta contra la verdad.

Feliz culpa, que mereció tal redentor. Feliz culpa que demuestra algo grandioso y formidable: que el hombre es libre.

No son errores, son pecados. Y el justo peca setenta veces siete... por día. Lo que ocurre es que, también en uso de su libertad, no sólo puede rectificar su error, sino que puede arrepentirse y mejorar, puede rectificar.