La oficina bancaria clásica está muriendo. Cada vez hay menos sucursales y las que quedan cada vez se parecen menos a las de antaño. El proceso lleva en marcha desde 2008, año del máximo histórico: 45.707 oficinas de bancos y cajas de ahorro. Había casi tantas sucursales como bares y era habitual ‘pasar’ por la oficina bancaria, al menos una vez a la semana.

Todo eso es pasado y lejos queda la expansión de las cajas de ahorro por el territorio nacional y su posterior conversión en bancos. El caso es que en una década (2008-2018), las entidades eliminaron cerca de 19.700 sucursales para comenzar 2019 con algo más de 26.000 sucursales, la menor red desde finales de 1980. El margen todavía es grande, si nos queremos parecer a nuestro vecinos, ya que la media de oficinas bancarias en Europa es de 10.000.

El ajuste ha continuado durante 2019 -sólo el Santander cerró 1.150 y Caixabank, 700- y, lejos de suavizarse, en 2020 se espera que sea más severo, principalmente por dos razones: el ajuste de personal al que se ven obligadas las entidades, y la digitalización, que gusta a los más jóvenes, principalmente.

En otras palabras, la sucursal clásica tiene los días contados: desaparecerá el día en el que muera el último cliente nacido en los años 50. De hecho, la estrategia de los bancos ha cambiado radicalmente en los últimos años: ahora hay que tener pocas sucursales, pero grandes, y situadas en puntos estratégicos de las principales ciudades. Las últimas tendencias, los ‘work café’ del Santander o los “all in one” de Caixabank.

Ya nadie entra en la sucursal para sacar dinero o actualizar la libreta. Sólo los de la generación de los años 50.