Los bancos centrales no son los culpables de la crisis de deuda. Los son los gobiernos que la emiten
El bono del Tesoro USA a 10 años alcanzó el miércoles 4 de octubre, San Francisco de Asís, el 4,8 y apunta hacia el mítico 5%. Ojo, porque el precio de la deuda USA marca el precio de la deuda en los grandes países europeos, donde el sector público pesa -nunca mejor dicho- más que en Estados Unidos.
¿Estamos ante una crisis de deuda? No, pero estamos en los prolegómenos. La crisis de deuda llegará cuando un país no pueda pagar su deuda. Hablo de cualquier país, porque, una vez que un Estado no puede cumplir sus compromisos, por muy insignificantes que sean, puede provocar un efecto dominó... y en la economía actual, todo depende de la deuda pública.
Ahora bien, la primera reacción ante el enloquecimiento de los mercados financieros consiste en exigir que los bancos centrales, en especial la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, reduzcan el precio del dinero. En Hispanidad ya hemos repetido que los tipos deberían subir, y no para reducir la inflación, dado que esta no es inflación por exceso de demanda sino por penuria de oferta, sino porque los tipos cero son un absurdo que devalúa toda la economía mundial y que, sobre todo, habían permitido el enorme crecimiento de la emisión de deuda pública, lanzada por todos los políticos, de izquierdas y de derechas, irresponsables que sobreviven a costa del voto cautivo que financian con una ingente deuda pública, para pagar subvenciones o atender a colectivos que interesan por no hablar del desorbitado gasto en pensiones de una población envejecida. Y esa deuda, la pagaremos nosotros y nuestros hijos.
Ahora bien, contra una crisis de deuda la solución no es bajar los tipos -o habrá más deuda- sino reducir el gasto público y la correspondiente emisión de deuda. Es decir, hay que acabar con el Estado del Bienestar. Quien dice acabar dice reducirlo de forma drástica.
O eso, o un jubileo monetario global. A partir de mañana, nadie le debe nada a nadie y volvemos a empezar. Pero algo me dice que esa medida política es aún más difícil que la de reducir el tamaño del Estado. Es decir, que hay que reducir las prestaciones públicas y el número de funcionarios.