Ha hecho bien el Papa Francisco en despedirse de su arriesgado viaje a Irak, en la Eucaristía final, con una petición a los cristianos para que controlen sus comprensibles deseos de venganza contra los musulmanes que les han asesinado, humillado, herido, detenido, violado, robado, etc.

Ahora bien, a pesar de las pertinentes y constantes llamadas del Pontífice a la paz, el problema de fondo del viaje de Francisco a Irak, permanece. El objetivo de la visita era la convivencia entre el cristianismo y el islam, y que el credo mayoritario respete la libertad de culto de los cristianos. Y la dificultad para conseguir ese objetivo consiste en que, para el islam, llamar padre a Dios es una blasfemia.

La entrevista con Ali Sistani intenta que los chiítas dejen en paz a los cristianos y la entente vaticana con el sunita Adhmed Al-Tayyeb (Al-Azhar) es una peligrosa apuesta panteísta con idéntico objetivo

Por el contrario, la esencia del cristianismo consiste en la paternidad de Dios y en la infancia espiritual del hombre. Sin eso, el cristiano afronta una vida religiosa hueca, fría. Los mandamientos no bastan, se necesita el padrenuestro, la oración.

En definitiva, la esencia de la religión cristiana no es otra que esas tres palabras -“Dios es amor”- que dejara escritas San Juan. Y eso, para el islam, es una blasfemia. Para los mahometanos, Dios es todopoderoso, creador del hombre pero, por favor, ¿un padre solícito con su hijo, el anfibio llamado hombre? ¡No me haga reír!

Y así, durante su periplo, el Papa Francisco ha tendido la mano a los chiítas -era lo que tenía que hacer- pero sabedor de que la paz sólo llegará cuando el islam permita la libertad religiosa, es decir, la evangelización, cosa a la que ni el sunismo ni el chiísmo moderados están dispuestos. No conviene hacerse ilusiones.

Por eso, la entrevista del Papa con el chiíta Ali Sistani, un nonagenario de mirada perdida, no pasa de ser un acto de paz, similar a la entente vaticana con el sunita Ahmed Al-Tayeb (Al-Azhar), por cierto, en este caso, acompañado de una peligrosa apuesta panteísta, el documento conjunto sobre la Fraternidad.

Para el cristiano, la paternidad de Dios y la infancia espiritual del hombre constituyen la médula de toda su religión

No olvidemos que el conocido en Occidente, que no por el conjunto del mundo islámico, como gran centro intelectual sunita, la universidad de Al-Azhar (ubicada en El Cairo) ha evolucionado hacia el panteísmo -el mayor enemigo del cristianismo- filosófico de Averroes (Dios no es persona, no es un ser, sólo consciencia).

Por lo tanto, a lo que más que ha podido llegar el Vaticano con la gran autoridad moral del mundo sunita, el imán de Al Ahzar, de nombre Ahmed Al-Tayeb, ha sido a una intelectualmente poco consistente declaración sobre el respeto entre las distintas religiones y la introducción de un concepto, el de fraternidad, que huele a masónico. Recordemos que ha existido una alianza entre masonería e islam, encarnada en Kemal Ataturk y la nueva Turquía moderna.

El concepto fraternidad es, ciertamente, común a cristianos y musulmanes pero ambos lo interpretan de forma bien distinta. La fraternidad musulmana consiste en la solidaridad entre hermanos. Para la Iglesia de Roma, los hombres somos hermanos porque somos hijso del mismo padre. No es lo mismo.

Por lo tanto, el valiente viaje de Francisco a Irak ha llegado hasta donde podía llegar, que no es poco, pero confundirlo con un acuerdo o con el final de la violencia islámica contra los cristianos (la violencia de los cristianos contra los musulmanes no existe, por mucho que se empeñe en ello la enviada especial de RTVE) es pecar de ingenuos. Insisto: para el musulmán, llamar Padre a Dios, lo que el cristiano hace cada día -o debería hacer- en el Padrenuestro, es una blasfemia intolerable.

Y recuerden, por último, la frase de San Juan Pablo II, el primer Papa que entró en una mezquita árabe, en la de los Omeyas, en Damasco: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón.