Es la meme de oro que circula por internet y que publicamos días atrás: el transeconómico, un individuo que se siente rico pero que es pobre. Por tanto, enmarcado en un cuerpo de pobre, exige del Gobierno su legítimo derecho a que le convierta en millonario, en proporción directa a sus verdaderos sentimientos. Él no eligió su condición de impecune y esto, a mí, me parece definitivo.

Transeconómico

Tiene toda la razón el transeconómico: él no eligió su condición económica, sus sentimientos son de rico y no tiene por qué soportar ni un día más ser pobre. Pues esta es exactamente la exposición de motivos de la ley de trans-sexualidad de, cómo no, la ministra de Igualdad, Irene Montero.

No se lo van a creer pero la verdad es que nadie nos dio a elegir si nacemos varón o mujer. Es más, nadie nos preguntó si queríamos existir

Recuerden: quien centra el debate gana el debate. El debate de la innecesaria norma trans del Ministerio de Igualdad se ha centrado entre feministas y homosexualistas, entre los movimientos feministas y el lobby LGTB. Las primeras se han sentido lógicamente aludidas: si la mujer no existe, si el sexo femenino es una mera convención social, ¿por quién ha estado luchando ellas todos estos años? ¿Por los derechos de una quimera, de una mera convención social? Ahora bien, como quien centra el debate gana el debate esto parece un pulso dialéctico entre el error y el horror, por concretar, entre Carmen Calvo e Irene Montero.

El pulso sobre el borrador de la ley de Transexualidad es una estafa: recuerden, siempre que alguien asegura que 2+2 son seis y un segundo le corrige advirtiendo que 2+2 son 4, surge un tercero que, en aras del diálogo y la democracia, concluye que 2+2 son cinco.

Así, ahora resulta que son las feministas quienes se ofenden porque la ley trans de la insigne ministra, Irene Montero, compendio de los siete sabios de Grecia, difumina el sexo femenino. Y Carmen Calvo, esa brillante estadista, asegura que no puede ser que la mera voluntad, el mero capricho, sirva para decidir si eres hombre y mujer y para modificar tu carné de identidad. Y recuerden que, según la ONU, no hay tres sexos, ni cuatro, ni cinco: hay 112.

¿Dónde hay que centrar el debate? Pues en esto: no se lo van a creer pero la verdad es que nadie nos dio a elegir, a ninguno, si nacemos varón o mujer. De hecho no nos pidieron permiso para existir. Nos dieron la existencia y la inmensa mayoría está agradecido por ello. Nos dieron una raza, una condición económica, una patria… y un sexo, sin preguntarnos. Todo nos vino dado, no lo elegimos nosotros. No digo esto como producto de mi fe en Cristo sino como producto de la obviedad: ¿o acaso nos pidieron permiso para existir?

Deporte: “La clave está en la testosterona”, asegura una deportista trans

Si de la causas pasamos a las consecuencias, a las protestas de Carmen Calvo, que no es el personaje más sensato que existe en España, han seguido las del presidente del Comité Olímpico Español (COE), Alejandro Blanco: ahora va un señor con la fuerza de un señor, se disfraza de señora y corre más deprisa que las señoras o mete más goles que las señoras. Y claro, la mujer es la perjudicada de la ley trans.

Asegura doña Irene Montero: pero para eso un artículo del propio borrador reconoce que las absurdas propuestas del texto legal deben estar sometidas a las normas que rigen en las competiciones internacionales. Pues, mire, ministra: una ley en la que la excepción se convierte en regla, es una ley majadera.

La patochada de doña Irene recuerda, además, a aquel violador que aseguró que él se sentía mujer y que tenían que encerrarle en una cárcel de señoras. Así se lo concedieron y aprovechó para abusar de cuatro mujeres en la cárcel de mujeres: el ya conocido como síndrome Karen/Stephen.

Naturalmente, RTVE se mantuvo en una estricta neutralidad del tipo 2+2 son cinco. Y así, los chicos de “Roja” María Mateo han glosado el falso debate entre feministas y logotebistas, exponiendo, con la sublime aportación de una deportista transexual, la solución al dilema del pulso entre estas buenas gentes. La solución al problema, el consenso de mercado, está en la testosterona. Es el instrumento idóneo para decidir si un futbolista/futbolisto, debe competir en el fútbol masculino o en el femenino. Más testostorena hacia aquí, menos hacia allá.

Está clarísimo, la clave de la raza humana, el criterio para distinguir hombres y mujeres, está en la testosterona. Seguro que las feministas aplauden. Creo que les encanta la testosterona.

Y esto es bello e instructivo, porque, finalmente, hemos conseguido centrar el debate: caminamos entre el error y el horror.

Esta semana que comienza resultará apasionante.