A uno siempre le agrada coincidir con mis mayores. En este caso, coincido con el obispo de Alcalá, a quien tengo por la cabeza mejor amueblada de la Conferencia episcopal, de nombre Juan Antonio Reig Pla.

Lo cuenta muy bien Religión en Libertad y la frase que resume la alocución de Reig Pla en el CEU (trinchera aproximadamente amiga): si este mundo sin Dios continúa así, será el peor de los mundos posibles: llamaremos bien al mal y mal al bien.

Comparado con el BCES, el relativismo del siglo XX era casi una travesura infantil

Es decir, la blasfemia contra el Espíritu Santo, esa que no se perdonará ni en este mundo ni en el otro. Ya saben: los fariseos acusan a Jesucristo de expulsar demonios con el poder del príncipe de los demonios. Es decir, están llamando demonio a Dios. O lo que es lo mismo: están llamando bien al mal y mal al bien. Cuando se produce inversión de la verdad en falsedad no puede haber perdón dado que no puede haber arrepentimiento: el hombre confunde el bien con el mal, ergo sólo podría arrepentirse del bien. Un lío tremendo.

Ojo: la BCES (no me resisto a introducir la sigla de Blasfemia contra el Espíritu Santo) deja en casi inocente travesura infantil el relativismo, que ha asolado a la humanidad desde el final de la II Guerra Mundial.

Con el BCES el mundo se autodisuelve porque el arrepentimiento deja de existir

El relativismo aseguraba que nada es verdad ni nada es mentira. Nadie puede saber lo que es el bien y lo que es el mal… pero no aseguraba que el mal es bueno y el bien es malo. Eso nos lo reservaban a los felices ciudadanos del siglo XXI.

¿Ejemplo de tránsito entre el relativismo y la blasfemia contra el Espíritu Santo (BCES)? Pues por ejemplo el recorrido entre despenalizar el aborto y reclamar el derecho al aborto. Es decir, el aborto, el asesinato más cruel de todos, convertido en un derecho. Al mal se le llama bien.

Los habitantes del siglo XXI parecemos locos, con mucho cerebro y poco corazón

Y sí, es el peor de todos los mundos posibles, una pesadilla que, además, no tiene continuidad. Y esto porque no podemos olvidar aquella otra verdad primera del amigo Tomás de Aquino: el mal no existe, es al ausencia de bien. No conviene confundir la realidad con la nada. Ya saben que el loco es el que ha perdido el sentido de la realidad o, como aseguraba Chesterton, loco no es el que ha perdido la razón, sino aquel al que sólo le queda la razón. Es decir, es ese saltimbanqui que pretende hacer cabriolas, no sin red, sino en el vacío. Un loco es aquel que tiene cerebro, pero no tiene corazón. Los habitantes de un mundo BCES corremos el constante riesgo de la demencia.