Me comentaba una ejecutiva de alto rango su 'problema': "Las mujeres sufrimos el síndrome del impostor". Yo nunca había oído hablar de semejante complejo, así que he tenido que enterarme de que la cosa consiste en que la mujer, cuando alcanza cierto estatus, se ve asolada por la torturante pregunta de si lo merece realmente o si se ha convertido en una lamentable usurpadora.

La verdad es que si un defecto puede atribuirse a las damas que han llegado lejos en el altar del mundo es su ingratitud. Muchas de estas triunfadoras se pasan el día repitiéndose que no le deben nada a nadie, y no se cansan de repetir y repetirse que han subido por sus propios medios. 

Una mujer inmoral tiene más peligro de caer en la locura que un varón. Y resulta que el feminismo es letalmente inmoral

Esta ingratitud no es más que uno de los defectos derivados de la gran virtud femenina de la humildad: la hembra es más humilde que el macho... y la humildad constituye la virtud más importante de todas. Ahora bien, debido a esa humildad, que a estos efectos consiste en no compararse con los demás, la mujer siente de continuo la imperiosa necesidad de ser valorada por quienes le rodean, especialmente por el varón más próximo. Y si se queda ahí, bien está la cosa y es lo que procede: una mujer no comprometida hace en un día lo que un hombre comprometido hace -no digamos nada si no lo está- en una semana. Justo es que el varón reconozca el quehacer de la mujer, tanto material como anímico y justo es que la mujer agradezca esa valoración varonil.

Sin embargo, muchas triunfadoras se autoconvencen de que si rinden gratitud a alguien, sea hombre o mujer, en su carrera profesional ello obraría en demérito de sus logros. No es el síndrome del impostor sino el síndrome de la presumida de Yolanda Díaz, que, mismamente, reniega del nombramiento a dedo, como sucesora que hizo sobre ella ese varón humilde llamado Pablo Iglesias (sí, lo de la humildad de Iglesias es una coña). Pues mire usted doña Yolanda, le guste o no, fue Iglesias quien le nominó como vicepresidenta del Gobierno y usted quien aceptó el nombramiento dentro del pacto guerracivilista entre socialistas y comunistas. Otra cosa es que sus méritos le hicieran acreedora de semejante distinción y otra cosa es que usted lo haya utilizado como trampolín para nuevas ambiciones (no les doy pistas para que no se entere Pedro Sánchez)-.

La mujer que aborta rara vez se libra de caer en la demencia. El hombre, por más soberbio, trata de adaptar las normas a su actuación: si lo hago yo, es bueno

En resumen, la mujer, al revés de lo que ocurre con un hombre, posee la egregia virtud de que no necesita triunfar para realizarse... siempre que sea valorada en su quehacer ordinario, sea este elevado o modesto. Y todo ello por lo antedicho: la mujer es más humilde que el varón, siempre empeñado en convertirse en varón.

Ahora bien, una de las muchas estupideces del feminismo imperante consiste en impugnar esa natural modestia femenina. Es más, en considerarla como una sumisión intolerable. Y como siempre, justo ahí en el divorcio entre realidad y concepción, porque la humildad no es más que la verdad, surge la locura. Y con mucho dolor, no tengo ganas de bromear sobre este punto, digo que la insania es la marca de muchas, demasiadas, de las mujeres de hoy en día. Recuerden: un demente no es más que aquel que no contempla la realidad tal cual es.

Por eso se puede hablar del actual cretinismo feminista. El feminismo rabioso del siglo XXI ha colaborado a forjar algo terrible, sin duda uno de los problemas más graves del paisanaje actual: la cantidad ingente de mujeres chifladas que pueblan Occidente (carezco de pruebas sobre si esta situación se repite en Oriente o en el Tercer Mundo). Se lo decía una madre a su hijo, que andaba en la edad de buscar novia: "tú, ante todo hijo mío, que no tenga ojos de loca".

Resumiendo, una mujer inmoral tiene más peligro de caer en la locura que un varón. Pero, ojo, esto se debe a otra virtud femenina, llamada coherencia. La mujer es incapaz de vivir en incoherencia con el bien, es decir, en incoherencia consigo misma. Para la mujer, por encima de la libertad está la justicia. Las féminas consideran que las divagaciones morales que tanto agradan al varón -como, por ejemplo, este artículo- constituyen una -una más- de las masculinas pérdidas de tiempo y, como decían nuestra madres: "hay que hacer lo que hay que hacer"... y punto.

El feminismo, que es idiota, como creo haber dicho antes, considera que la modestia es complejo de inferioridad femenino que hay que superar. Cree que lo que debe hacer la mujer es liberarse... e imitar al varón, quien asegura que las cosas son buenas si las hace él y malas aquellas que no le interesan o simplemente es incapaz de hacerlas. La mujer, por contra, es mucho más consciente de cuándo se comporta mal y no pretende cambiar la norma aunque ella se niega a cambiar. Es decir, no se engaña a sí misma en materia moral. Es ahí cuando nace la locura femenina. Esto es: la locura femenina llega por incoherencia entre lo que se piensa y lo que se hace. Por eso, mismamente, el aborto suele acabar en demencia, la demencia propia de la mujer que ha matado a su propio hijo en su propio seno. 

Y en general, como resulta que el feminismo es letalmente inmoral... resulta que ha aumentado el número de dementes, sobre todo de 'dementas', en el siglo XXI. Sencillamente porque la mujer es más humilde y más coherente que el varón... y la humildad y la coherencia son virtudes, no defectos. La transgresión de la coherencia siempre conlleva insania.