Decía Clive Lewis que “una mujer entiende por amor (desinterés) tomarse molestias por los demás, un hombre entiende por amor no molestar a los demás”. 

Lo cuenta en Cartas del Diablo a su sobrino, donde un demonio veterano ofrece consejos a su sobrino, tentador novato: “Si juegas con ambas concepciones puedes conseguir que cada sexo considere al otro como radicalmente egoísta”. 

Y así ocurre. La mujer considera que el hombre no se preocupa por nada de lo que a ella le ocupa: es un egoísta de tomo y lomo. Al tiempo, el propio Lewis recuerda aquello de “es una mujer que se desvive por los demás, siempre puedes distinguir a los demás por su expresión de acosados”. 

La mujer se queja de que su varón no se ocupa de ella. El hombre se queja de que su mujer no le deja en paz. Naturalmente, ambos tienen parte de razón.

El suyo tiene su importancia porque hemos llegado a un estado, en todo el Occidente cristiano, de crisis familiar profunda. Es más, ya no está en crisis el matrimonio, lo que está en crisis, y crisis profunda, es la pareja.

Sí ya sé que la ideología de género, o sencillamente el feminismo y el homosexualismo ocultan este desastre de la pareja bajo la bandera de los 112 sexos existentes... o cualquier otra estupidez al respecto.