Decíamos ayer que en España la prestación por crianza (que nombre más horrible, debería llamarse salario maternal) resulta rácana y mezquina. no sólo porque sigue fijada en los 100 euros por mes sino porque, cuando el niño cumple los tres años, los padres dejan de percibirla. Como se sabe, a los tres años los niños dejan de comer. Pero el borrador de Ley de Familias da para muchos más comentarios.

Uno diría que la familia natural, es decir, la formada por un hombre y una mujer, abiertos a los hijos, suele resultar más numerosa que las 300 tipos de familia no naturales que se inventó el Gobierno Zapatero y de los cuales, todos marchan estupendamente bien, salvo el que hace el número 300: la familia natural. No tengo ni idea de por qué será.

Tampoco conozco a muchas parejas gays con más de tres hijos, por ejemplo. Además, biológicamente se necesita de masculinidad y de feminidad para engendrar y gestar. Es decir, que dos gays o dos lesbianas no pueden engendrar, salvo vía FIV o vía vientre de alquiler, en ambos casos se precisa ayuda externa. Son procedimientos que, sin entrar en su catalogación moral -aunque podríamos, créanme-, señalan el camino que marca la naturaleza: que para tener descendencia se necesita de un hombre y de una mujer.

Y en cualquier caso, un niño necesita del cariño de un padre y el de una madre, lo que vuelva a hacer realidad aquella frase del socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, quien se negaba a conceder niños en adopción a los gays -mismamente como Putin, y esta vez lo digo en tono positivo- porque “yo no busco niños para las parejas yo busco parejas para los niños”.

Por tanto, el hecho de que el proyecto de Ley de Familias del ministro Pablo Bustinduy equipare a la familia natural con las madres solteras o las parejas gays o cualquier otra original modalidad de familia, no sólo resulta ‘ligeramente molesto’, sobre todo para los esforzados padres de familia numerosa sino que, además, no soluciona, todo lo contrario, el principal problema de España y de Europa: que no tenemos hijos.

Luego está el reverso de la moneda: las ayudas a la natalidad, que la ley denomina ‘ayudas a las crianza’, denominación un poco tonta (si no hay natalidad no hay crianza), y se mantienen en los rácanos 100 euros al mes por hijo y, lo que es peor, sólo hasta los tres años de edad. El sistema vigente en Europa, por ejemplo en Alemania, es que la madre recibe cerca de 250 euros por hijo al mes, además de los importantes gastos de guardería (en total, bastante más de 300) pero, ojo, lo más importante: no hasta los tres años sino hasta los 18. Mejor, hasta que se independice del hogar paterno, a la edad que sea.

La despoblada Europa, la agonizante Europa, falta de vitalidad, se niega a tener hijos. De la parejita hemos pasado al hijo único. Y no se tendrán si no se otorga un salario maternal digno por hijo... hasta que éste no abandone el hogar.

Y si no, pues seguiremos en la España despoblada y en la Europa vaciada. En una España donde pagamos y el Gobierno se jacta de ello, ingreso mínimo vital por no hacer nada, mientras le regateamos a las madres la ayuda para lo más importante que hoy puede hacer una persona en Europa: tener hijos, alimentarlos y educarlos para la felicidad y la libertad.

Sí, también para la libertad porque la mejor definición de familia es la de Chesterton: “una célula de resistencia a la opresión”. La familia constituye el único círculo donde a la persona se la valora por lo que es, no por lo que aporta.