El general Charles de Gaulle estaba ya en las últimas pero no perdía ese trágico sentido del humor que acompaña a los franceses y le dijo a su mujer: “Cuando me muera cierra bien el ataúd porque vendrá el ministro del Interior y no quiero ni verle”. No dejaba de ser un reconocimiento a la vida después de la muerte, porque eso de que un cadáver vea en lugar de ser visto tiene su enjundia.

Siglos atrás, Enrique VIII, el rijoso que quiso ser teólogo y de este modo pergeñó la morbosa y rijosa Iglesia anglicana, intentaba convencer a un grupo de nobles, recalcitrantes papistas, para que se pasara a su bando y abandonara la barca de Pedro. Y como era más amigo de imponer que de debatir, les amenazó con que, si no renegaban de Roma, les arrojaría al Támesis. La respuesta de los aludidos fue serena: lo que nosotros queremos es irnos al Cielo, nos da igual que sea por tierra o por agua. Ningún personaje histórico mostró la repugnancia natural hacia la muerte de todo hombre inteligente como aquella viejecita a la que, en sus últimos momentos, consolaba un sacerdote con la esperanza de la dicha del Paraíso: “Como en casa de una...”.

La muerte es algo anti-natural y es lógico que repugne al más templado y al más creyente. Supone la separación de cuerpo y alma, de materia y espíritu, en un ser de naturaleza anfibia, como es el hombre. No, la muerte no es natural y, por tanto, el primer movimiento de la persona hacia ella es de profundo rechazo.

Contra la desesperación del hombre actual no sirve el aturdimiento. Lo único que funciona es la confianza en el Señor de la Vida y la confianza en su promesa de que la muerte no es más que un paso hacia una vida mejor

Pero el último movimiento de la persona hacia la muerte no puede ser de terror. Rechazar la muerte es de cristianos y de gente lógica, de la misma forma que sentir atracción morbosa hacia la muerte o terror hacia la nada no es más que desesperación, lo que no deja de constituir la marca de nuestro siglo XXI.

Contra la desesperación no vale el aturdimiento ni mirar hacia otro lado. Lo único que funciona es la confianza en el Señor de la Vida y la confianza en sus promesas de que la muerte no es más que un paso hacia un vida mejor.

Y lo es. O, al menos, puede y debe serlo para todos y cada uno.

De cualquier forma, el convulso mundo del siglo XXI recuerda aquellas palabras que anuncian un tiempo donde los vivos envidiarán a los muertos. Ahora mismo, ante el feroz presagio de la muerte, el hombre del siglo XXI se aferra a su salud y a su seguridad, pero las sabe frágiles. Es el momento de las cuatro ‘palabras mágicas’ de la mística polaca Santa Faustina Kowalska: Jesús, en Vos Confío... con todo lo que esas palabras implican.

La Fiesta de la Divina Misericordia se celebra este año el domingo 7 de abril, un domingo después del de Resurrección. Desde el jueves 7 de marzo, publicamos en Hispanidad 30 capítulos (ver columna de la derecha) sobre el personaje del siglo XX que reeditó la infancia espiritual y la mística de la Confianza en Dios. Es decir, la mejor vacuna contra el miedo a la muerte y contra la desesperación.