Ardía España entre caos de transporte y escándalos de corrupción, mientras Nerón Sánchez tocaba la lira en Sevilla. 

Como era -es decir, eran todos los españoles- quien financiaba los festejos, decidió chupar cámara de principio a fin. El presidente del Gobierno de España se pone como loco cuando le das un micrófono y se sitúa ante las cámaras. Lo de gobernar no se le da bien pero cuando habla en público lo borda. 

Pedro Sánchez ha soltado cuatro discursos en cuatro días, entre ellos el de cierre. Al Jefe del Estado, un tal Felipe de Borbón y Grecia le dejó la inauguración, más bien de carácter protocolario. 

Su alocución más importante fue el del martes, donde se quedó a un pelo de oficializar la idea de un gobierno mundial, que es algo a lo que le tiene echado el ojo. Todo ello a partir de Naciones Unidas, naturalmente. 

Naturalmente, hablamos de un gobierno mundial de corte masónico repleto de emoción filantrópica y solidaria, pero, eso sí, mundial y sin soberanías nacionales en las que refugiarse del autoritarismo global. 

El último discurso de Sánchez no tenía mucho contenido pero ¡cuán emocionante resultó! ¡Sanchez comunicó a todos los presentes que estaban en el lado correcto de la historia! El problema es que la historia no tiene lados. La historia es la historia de la libertad: hombres libres que eligen entre el bien y el mal y hacen el futuro con sus decisiones presentes, que pueden ser buenas o malas, que pueden ejecutarse con amor a la verdad o en nombre de la mentira.

El problema es que Sánchez no cree en el bien y el mal, tampoco cree en la verdad ni en la mentira, porque él es un progresista. Por eso se apunta al espantajo del lado correcto de la historia que, miren por dónde, es justo aquel en el que él se encuentra. Y los que no coincidan con él son los que están en el lado incorrecto de la cosa histórica. Seguramente, todos ellos ultras, vecinos de la fachosfera.

Pero insisto, me preocupó mucho más lo del Gobierno mundial masónico y ligeramente satánico. El Gobierno mundial de Sánchez consiste en un Estado todopoderoso y opresivo para individuos y familias. Me recuerda al anillo de poder del gran Tolkien, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas. 

Y, por supuesto, la característica de esa gobernanza mundial de la que habló en Sevilla es su cristofobia furibunda. Lógico, el Príncipe de este mundo sólo tiene un enemigo, que no es ni la izquierda ni la derecha, ni la democracia ni la autocracia, ni el capitalismo ni el socialismo: sino el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia.