Los dotes del cuerpo glorioso -ver Catecismo Ripalda- son cuatro: impasibilidad, claridad, agilidad y sutileza. Los cuatro se podrían atribuir al libro que el periodista Alfonso Basallo acaba de publicar: El prisionero de Annual, en mi opinión, el mejor docudrama del año.  

¿Ficción o ensayo? Yo diría que ambas cosas. Esta maravilla cuenta la historia real del sargento Alfonso Basallo (no es una errata, es el abuelo del autor, homónimo de su nieto) que narra un hecho real, con un personaje real y en primera persona. Ahora bien, con todas las trazas de una novela y mucho más ameno que muchas novelas. Encima, de patente actualidad para todo español y para todo cristiano porque…  

Alfonso Basallo ha demostrado que cuanto más débiles y guerracivilistas somos los españoles, más osado se vuelve el musulmán. En 1921 como en 2021

El ejército español fue derrotado en 1921, en Annual, por los rifeños marroquíes de Abd el Krim, un personaje que por mucho que le doremos la imagen no dejaba de ser un repugnante carnicero musulmán que odiaba a los cristianos y, en concreto, a los españoles. Un tipejo sin honor y sin palabra -que viene a ser lo mismo- que dirigía a una turba de miserables sedientos de sangre y de dinero. Lo de Marruecos y España fue -es- una guerra de religión, aunque esto no es mucho decir porque todas las guerras que en el mundo ha habido son guerras de religión.   

El libro se lee con ganas y con rabia: se palpa lo que es la traición, mezcladas grandeza y miseria en un acto de rebelión donde los españoles caímos en la misma trampa de ahora mismo con Ceuta y Melilla: pensar que existen moros (ningún insulto, moro significa moreno) que están con nosotros y otros que están enfrente de nosotros: se trata de mismo enemigo, abierto el uno -los menos, tratándose de musulmanes- y quintacolumnista el otro.

El Desastre de Annual es un crónica militar y sanitaria, que también viene a ser lo mismo. Los piojos eran la causa del tifus. El autor recuerda que durante el asalto a Granada por los Reyes Católicos se calcula que 3.000 cristianos perecieron a mano de los árabes pero 17.000 de los piojos que les pegaron los árabes, porque el tifus había hecho mella en el reino nazarí.  

Los marroquíes acogidos en el África española nos traicionaron en 1921 y nos traicionarán en 2021

Basallo, el nieto, desarrolla un buen análisis histórico. En el aniversario de Annual 1921, concluye -aunque a esto dedique el prólogo y poco más, el resto se deduce- que la muerte y los asesinatos de tantos españoles en el Rif llevó a la salida de Alfonso XIII y posteriormente a la nefasta, homicida y cristófoba II República

Un centenario celebrado de otra forma que la de asesinar a sangre fría a los soldados rendidos con sus propias armas, tal y como ocurrió en 1921. Un siglo después, Mohamed VI enviaba a centenares de menores, como corderos al matadero, a violar la frontera española de Ceuta. Abd el Krim podía ser más sanguinario pero no menos cruel que Mohamed VI.

El prisionero de Annual representa un aviso histórico para España, para su actual Gobierno. El asalto cobarde del 17 de mayo se cerró en falso por la forma cobarde con que Pedro Sánchez respondió al mismo. Vamos, que Moncloa ha cerrado en falso, de forma cobarde, la crisis de Ceuta y Melilla.

Pedro Sánchez ha cerrado en falso, de forma cobarde, la crisis de Ceuta y Melilla

Se cumplen 100 años del desastre que dio paso a la caída de la Monarquía española y al periodo más negro de la historia de España: la II República. Alfonso Basallo ha demostrado que cuanto más débiles y guerracivilistas somos los españoles, más osado se vuelve el musulmán. En 1921 como en 2021. Y esta cobardía nos aboca al guerracivilismo… y veremos si no a la III República, con un rey débil, como Felipe VI, prisionero de sus complejos progres. El Prisionero de Annual se convierte así en libro de imprescindible lectura. Los marroquíes acogidos en el África española nos traicionaron en 1921 y nos traicionarán en 2021. Y ceutíes y melillenses, luego vendrán los canarios, empiezan a sentir el sínndrome de Estocolmo: la necesidad, que saben fallida, de ver algo bueno en su secuestrador. A fin de cuentas, el síndrome de Estocolmo no es otra cosa que miedo no reconocido. Y un cristiano puede y debe sentir miedo, pero no puede faltar a la verdad, no puedo ignorar el miedo sino afrontarlo.