No lo digo yo sino el amigo Paul Claudel: "Quien no cree en Dios, no cree en el Ser y quien no cree en el Ser no cree en su propia existencia".

Creo haber contado ya la anécdota -que viví muy de cerca- de un político español quien, en su ontológica juventud, aseguraba que él no existía y retaba a sus prójimos a que le demostraran su indemostrable existencia. Naturalmente, dos de cada tres de esos prójimos acababan respondiéndole que le iban a dar una leche y cuando se le hinchara el ojo caería en al cuenta de que sí existía porque le iba a doler un montón, pero hay que reconocer que un argumento tan prosaico no podía convencer a una mentalidad filosófica. Eran gente simple, esclavos de la evidencia.

Estamos en agosto, buen mes para para dedicarle unos minutos a "la náusea metafísica". Porque lo cierto es lo de Paul Claudel -algo menos cierto, lo de nuestro político patrio-: si negamos a Dios estaremos negando la existencia, también la de creatura. Además, ¿cómo puede haber criatura sin creador? Lo dicho: demuéstrame que existo, igual de difícil que demostrar la existencia de Dios. 

Traduciendo a Claudel: sin Dios nada tiene sentido. Quien no cree en Dios no cree en sí mismo. Este es el problema. Y entonces, ¿qué más da todo?