• O sea, el dinero.
  • Siempre ocurre lo mismo: en un primer momento, la mercantilización se plantea como la única salvación.
  • Luego se descubre que es la carcoma que terminará con el deporte.
  • Y en medio, la dramatización del dopaje.
Hay que luchar contra el dopaje, eso está claro, pero creo que dramatizamos un poco la perversión química del deporte y olvidamos lo que realmente puede destruirlo: las apuestas deportivas. Como siempre, lo espiritual en este caso, la codicia, resulta más peligroso que lo material: las sustancias químicas o el cambio de sangre que aumenta la potencia de forma temporal. Al menos, lo químico comporta un riesgo para la salud y para el propio resultado; lo del dinero no arriesga nada, al menos si cuentas con un buen abogado. Las casas de apuestas deportivas se han convertido en auténticas multinacionales. Un equipo necesita ganar por seis a cero para ascender y en el minuto 30 de la segunda parte empata a cero goles. Casualmente marca cinco goles en 12 minutos. Los Juegos de Río han colocado a un país, casualmente Rusia, como el centro del dopaje mundial. Mucho más grave para el deporte son las apuestas. Eso sí acabará con el deporte. O sea, como dicen los argentinos, "la plata, la puta plata". Eulogio López eulogio@hispanidad.com