Sr. Director:

Me he quedado admirado del diálogo mantenido con Don Juan: “No desborda en palabras corteses ni toca en zahareño. Habla con sencillez. Ofrece y cumple. Jamás alude a su persona. Sabe escuchar. A su interlocutor le interroga benévolo sobre lo que al interlocutor interesa. Sigue atento, en silencio, las respuestas…”. Sí, en efecto, da gusto hablar con Don Juan. Ah, pero no es el Don Juan de Tirso de Molina, ni el de Zorrilla; es el Don Juan de Azorín, que no tiene nada de atrevido ni procaz. Incluso parece que no es un personaje de nuestro tiempo porque hoy en día es tan inusual presenciar un diálogo que no esté repleto de groserías, ordinarieces, desprecios y amenazas como la cosa más normal y llevadera.

La educación, la cortesía, los buenos modales han sido relegados a un plano limitado y secundario. Es por eso por lo que cuando, circunstancialmente, una persona nos atiende en alguna de las múltiples ventanillas por las que hay que transitar para resolver la diversidad de problemáticas que surgen en la vida moderna, nos sorprenda una atención amable y serena. Claro que esto se está limitando en exceso, pues la informática mecanizada y programada está supliendo el trato personal. Nos quedaba el recurso de las tertulias a la hora del café o del aperitivo, pero aquí se está también encrespando la cuestión con el tema político y no digamos con el deportivo. Hay una falta de moderación y mucho de irracionalidad. ¿Qué hacer, pues? ¿Aislarnos? ¡No! Comprender mucho, saber escuchar, moderar críticas, ser positivo… Son argumentaciones comunes, cierto; pero tal vez tengamos que ejercitarnos mucho en esto para seguir manteniendo relaciones amistosas tan necesarias y convenientes a cualquier persona humana.