Triunfa el Espíritu sobre la carne,
y el cuerpo yace como un tronco
que por sus poros sangra y se deshace;
violentando las raíces humanas,
suda como si hubiera realizado
un trabajo duro, insoportable.
Y no es sudor de quien al sol camina,
o del que por alta fiebre delira,
o sudor de quien el campo trabaja;
son gotas de sangre al sudor mezcladas
cayendo sobre la hierba, la tierra,
en primera ofrenda de la carne sometida.
Dispuesta a cumplir la voluntad del Padre,
para salvar a una humanidad que empieza
a ser por el Hijo amado redimida,
en los tormentos de una inacabada agonía.
J. R. Pablos