Sr. Director:
Roma locuta, causa finita. Esta rotunda afirmación de la validez de las decisiones del Papa sobre cuestiones controvertidas entre los católicos, la escribió san Agustín ya en el año 417, al recibir el escrito en el que el papa Inocencio I condenaba la herejía pelagiana que, aun manteniendo una cierta presencia en la Iglesia, quedó herida de muerte.
¿Tendrá la misma historia la reciente declaración de la Congregación de la Fe, aprobada por el Papa, afirmando la imposibilidad de bendecir las uniones homosexuales, y con ellas, todo lo que lleva consigo la ideología de género, en todas sus dimensiones; y la pretendida descalificación de la Moral que la Iglesia está enseñando desde sus primeros pasos sobre la tierra?
Habla Roma para dirimir una cuestión de fe o de moral que se le plantea, y la cuestión queda dirimida, aunque algunos no la acepten. Esto es lo que está sucediendo en estos días a propósito del documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 22 de febrero de este año, sobre la posibilidad, o no, de bendecir uniones homosexuales. El documento fue dado a conocer después de la explícita aprobación del Papa, recogida en el párrafo final del escrito, con estas palabras: “El Sumo Pontífice Francisco, en el curso de una Audiencia concedida al suscrito Secretario de esta Congregación ha sido informado y ha dado su asentimiento a la publicación del ya mencionado Responsum ad dubium con la Nota explicativa adjunta”.
En pocas palabras, lo que Roma ha dicho, es que la Iglesia no puede bendecir las uniones homosexuales, porque “no bendice ni puede bendecir el pecado”. Con lo cual declara explícitamente pecado toda práctica homosexual, por ser pecado, o sea, contraria a la Ley de Dios.