Sr. Director:

Cada vez son menos; porque elegir sus vidas de entrega supone además ganarte la antipatía de muchos. Por cada mil que hay buenos y muy buenos, cuando sale uno chungo hace mucho daño, ya que sus influyentes enemigos lo aprovechan para lanzarse a degüello contra todos los demás. Y es tanto el odio irracional que se genera contra ellos, que en España se llegó a asesinarles de las formas más crueles y humillantes, pese a que morían perdonando a sus verdugos. A muchos que parecen de los suyos, les falta tiempo para maldecirles cuando no se doblegan a sus exigencias sobre asuntos demasiado serios que ahora se confunden con prácticas sociales. Y tampoco es raro que hasta sus superiores les dejen vendidos y sin presunción de inocencia ante la denuncia injusta de cualquiera.

Son el cubo donde descargamos nuestras maldades porque están obligados a perdonar nuestras miserias; pero también sembradores de consuelo y esperanza en tantas personas que sufren en soledad. Como en cualquier momento podemos necesitarles, no deberían ocultar su identidad; mas es tanta la basura que les echamos encima, que ya cuesta reconocerles por la calle. Son hombres a los que, seamos o no creyentes, deberíamos estar agradecidos por innumerables razones. Son los sacerdotes católicos. Un mundo sin ellos siempre será peor.