Sr. Director: Vuelve a hablarse en España casi a diario de pactos por la educación. Nada tengo en contra: al revés, se trataría de desarrollar adecuadamente el gran acuerdo conseguido en la transición, que se plasmó en el correspondiente artículo constitucional. Pero tal vez no sea de recibo tanta referencia a la educación como remedio para cualquier problema social más o menos acuciante: desde las violencias diversas a la seguridad vial. Aprender la ortografía tiene más enjundia social de lo que parece a primera vista. En esa línea, llama la atención el debate surgido en Francia a raíz de un artículo del economista Thomas Piketty en Le Monde del 7 de septiembre. Afirma su autor que el nivel de segregación social en las escuelas alcanzó alturas "inaceptables", sobre todo en París. Se basa en datos estadísticos, más que en ideas de fondo, con unas conclusiones en parte previsibles para quien se muestra partidario de lo público y desconfía de la iniciativa privada. En realidad, la preocupación por la integración viene siendo denominador común de todos los gobiernos, sindicatos y confesiones religiosas. Si no se avanza, preciso es plantearse de raíz las causas, evitando amenazas que pueden desencadenar una arcaica y apaciguada "guerra escolar". Jesús Martínez