Sr. Director:

Que la Navidad es tiempo de sucesos extraordinarios es algo que aprendemos sólo con ver los anuncios de la tele. Renos que vuelan, coches que brindan felicidad, abuelos que se maquillan como abuelas, jóvenes que pese a su edad ya son muy ricos... Pero también hay milagros que percibimos nada más salir a las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades, como son los de la luz. Y es que, si hasta hace apenas unas semanas se nos amenazaba con padecer un invierno durísimo debido a la crisis energética causada por la guerra de Ucrania, recomendándonos limitar el uso de luces, calefacción, tiempo de ducha, etc., estos días nos topamos con magníficos despliegues de ornamentación lumínica que incluso superan a los de años anteriores. 

Estos desmesurados gastos de energía eléctrica se deben sin duda a la fundamental fiesta que celebramos: el Nacimiento de Jesús que transforma el corazón de nuestros alcaldes y munícipes, creyentes o no, en generosas baterías de desinteresados megavatios. Como sucede por ejemplo con Kichi, el podemita alcalde de Cádiz, que este año ha incrementado en 300.000 euros el coste dedicado a estos fines. Algunos descreídos dicen que todo este derroche energético se debe a que en realidad somos nosotros los paganini, y que además estamos a las puertas de un importante año electoral. Pero esto son sólo mezquinas voces de quienes carecen de fe en nuestros políticos. ¿Cabe mayor perversión?